27 de septiembre de 2019

Eguzkilore para Antonio y Valentín


(La Vara de la Libertad)



El día 2 de junio estábamos convocados a subir a la Alcarama. Allí, desde donde se ven los pueblos de Acrijos y Fuentebella, dominando un barranco que hubiéramos cantado profundo y solemne, pero que a partir del día 3 de septiembre de 1936 hemos de llamarlo triste mausoleo, allí, repito, los nietos de Antonio Cabrero, Ander y Maite, y Omar, el bisnieto, colocaron hace unos años un monolito en homenaje a él y a Valentín Llorente, su último compañero de vida y el único, para siempre, de muerte. Nunca pudieron encontrar sus cuerpos, nunca les han olvidado, y por allí van de vez en cuando por si el eco de sus canciones pudiera llegar hasta las hierbas, flores, y algún arbolillo nacido con la simiente de ellos.


  
Escribía el poeta que existe mala gente que camina y va apestando la tierra. Y debieron ser personas de esa condición quienes un mal día arrancaron la placa que, pegada al monolito, les recordaba. El día 2 de junio subimos, también miembros de la Asociación Recuerdo y Dignidad, para reponerla, recordarles, grabar para Hamaika Telebista, almorzar..., y contemplar de nuevo, desde arriba, aquel espacio por donde, de madrugada, caminaron delante de unas escopetas que minutos después vomitarían fuego.



A los pies del molonito llamó mi atención una flor impropia del lugar, parecía un girasol. Me acerqué a tocar las hojas verdes que rodeaban a un círculo amarillo y al pincharme me dí cuenta de que todo era de metal. Maite me contó la historia de esa flor, que en Euskadi tiene el nombre de eguzkilore, flor del sol, creada por Amalur, la madre tierra, para ahuyentar a los malos espíritus, es la planta protectora de los vascos, la que se coloca a la entrada de casas y caseríos.


Asi como el poeta escribía de la mala gente, lo hacía también de la buena, de esas que viven, laboran, pasan y sueñan... Y una de esas personas es José Manuel, de Acrijos, casado con una guipuzcoana. Tras sufrir el monolito la agresión en la placa, paseaba por allí José Manuel y lo vio, tanta fue su indignación, que al volver a Gipuzkoa hizo una eguzkilore y la clavó a los pies del monolito.

5 de abril de 2016

Repuesta la placa de Antonio Cabrero y Valentín Llorente


Habría que penetrar en lo más hondo de la maldad o quizá de la idiocia, o de ambas juntas, que ya suponen una buena mezcla, para comprender qué lleva al individuo poseedor de ellas a realizar acciones como no permitir ni el recuerdo, ni la consideración, hacia unas personas asesinadas impunemente en un barranco.

En un lugar apartado de la Sierra de la Alcarama, entre Acrijos y Fuentebella, se levantó un monolito en memoria de Antonio Cabrero y Valentín Llorente, el primero alcalde de Pitillas, en Navarra, el segundo, natural de Igea, en La Rioja, maestro. La historia es bien conocida. Llegaron a La Alcarama en busca de protección, pero encontraron la muerte. Uno de tantos episodios sangrientos e incomprensibles de la última contienda civil de este país nuestro tan cainita.

Los nietos de Antonio no han cejado en la búsqueda de los cuerpos, sin que hasta la fecha hayan conseguido otra cosa que reunir los datos y recuerdos de personas generosas y tratar de componer con ellos qué sucedió realmente aquella nefasta madrugada. Sólo la colocación del monolito, hace ya unos años, sirvió de alivio, a la vez que de homenaje, a la espera -¡quién sabe!- de que algún día se encuentren sus restos.

Pues ni este hecho simbólico pueden soportar la suma de maldad e idiocia, y hace ya un tiempo que la placa con sus nombres y fotografías fue arrancada. El monolito, quizá debido a su enorme peso, lo dejaron allí. Con lo que esta mala gente no cuenta es con la tenacidad, amparada por el sentido de Justicia, de los descendientes de Antonio Cabrero, capaces de reponer la placa cuantas veces sean necesarias, además denunciar el hecho y tratar de averiguar qué manos sucias de váyase a saber qué sustancia han sido los facedores de la hazaña.

El sábado, 2 de abril, la placa fue repuesta y sirvió para, de nuevo, reunirse un grupo de amigos y reivindicar una vez más los nombres de Antonio y Valentín. O sea, lo contrario de lo que ellos buscaban.



15 de marzo de 2015

En la muerte de Fabiana

Buscando, una y otra vez, los restos de Antonio y Valentín
Hace unos meses (pocos), mis amigos Maite y Ander, Ander y Maite, los Cabrero, que para siempre irán unidos a mí gracias a La Vara de la Libertad, me enviaron un mensaje donde me anunciaban la muerte de Fabiana, la pastora de Fuentebella, hermana de Domingo, también fallecido.
Los dos hermanos aportaron testimonios sobre los últimos días, en la Sierra de la Alcarama, de Antonio y Valentín, los protagonistas de La Vara y de aquel nefasto verano de 1936.
Fue en Fabiana, sin conocerla personalmente, en quien me fijé para uno de los personajes. La entonces pastorcilla, dolida en su adolescencia sin saber bien de qué se dolía, dejaba delante de la taína donde Antonio y Valentín iban desprendiéndose de sus esperanzas, muy a pesar de ellos, los paquetillos de su merienda. No sé si ella llegó a saber cómo este hecho detenía la huida de las esperanzas, yo tampoco lo sé, pero es fácil pensar que así era.
El barranco que recorrió Fabiana, y la tierra que cubre los cuerpos de Antonio y Valentín.
En la profunda angustia de aquellos días, suponiendo la muerte cercana, sin más noticias que las que dos o tres personas de confianza, a escondidas, les llevaban, el abrir la puerta y encontrar un paquetillo con comida, una nota, un cazo con leche, la emoción, la alegría de aquellos dos hombres sentenciados, iría mucho más allá de la posibilidad de comer, o beber. Pequeños gestos, pequeñas cosas, que en situaciones límite suponen la mano invisible que aparta la angustia, la fuerza para seguir adelante, la calidez del cariño de alguien que se solidariza mediante un trozo de queso de cabra que viene a ser como la mano que afloja la cuerda.

Martín Ridruejo, el cabrero de Cornago, escribió así la pérdida de Fabiana:

Mi barrio de la Piedad perdió ayer a Fabiana como perdió a mi madre, María, Carmen, Reimunda y otras que seguro me olvido. Conocía a Fabiana desde siempre, la recuerdo junto a mis padres viendo la televisión y hablando de los hijos, cabras y quesos. Fabiana habría cumplido 97 años el próximo febrero y conservaba una lúcida cabeza. Descanse en Paz
Te vio nacer Fuentebella
tan cerca de la Alcarama
mujer dura como el roble
de fortaleza serrana.
Cuántos caminos anduviste
cargando leche de cabra
el cántaro en la cabeza
como compañera, el alba.
Ojos de lágrima fácil
cuando sentada en la puerta
echabas la vista atrás
y lo pasado recuerdas.
Triste se queda en su ermita
la virgen de la Piedad
su boca lanza un adiós
viendo a Fabiana marchar.


2 de noviembre de 2014

Entrega de los restos de la Fosa de Barcones






La tarde del día 1 de noviembre de 2014, festividad de Todos los Santos, según la Iglesia Católica, entrada a la mitad oscura del año, Samain, según el calendario Celta, fueron entregados los restos de los asesinados en Barcones, el día 14 de agosto de 1936, a sus familiares. El acto, en la sala principal del Palacio de la Audiencia de Soria, estuvo cargado, como no podía ser de otra forma, de una emoción que era sólo eso, emoción, en contra de quienes piensan, e incluso opinan, que el deseo de los familiares es la venganza.

Estuvo presentado por Julián de la Mata, y presidido por Iván Aparicio, responsable de la Asociación Recuerdo y Dignidad de Soria, y forma parte de la VIII Semana de la Memoria Histórica y Derechos Humanos, que este año está dedicada a la figura de la activista Giulia Tamayo, recientemente fallecida.


“Al anochecer del día 13 de agosto de 1936, llegó a un lugar cerca del frente, un camión con doce personas esposadas y rigurosamente custodiadas. Dos de ellas fueron separadas y volvieron a la cárcel. De las diez personas restantes, cuatro eran de Soria: Arsenio Martínez, Fermín González, Tomás Cué y Antonio Lafuente. Los seis restantes pertenecían a la comarca de El Burgo de Osma. Permanecieron en el camión esposados toda la noche y al amanecer del día 14 fueron trasladados a un lugar entre Barcones y Atienza, donde fueron ejecutados. Asistieron a la ejecución dos sacerdotes y un médico militar, con misiones distintas. Como se habían dado casos, realizados los fusilamientos, de que algunas de las víctimas habían quedado moribundas (conocido es el caso de un fusilado en los llanos de Chavaler, que llegó arrastrándose hasta el pueblo próximo), el médico militar recibió el ruego u orden de un superior, el capitán Martínez, de que se asegurara de que los que iban a ser fusilados, fueran realmente muertos y certificara su defunción”.

Así relatan Antonio Hernández y Gregorio Herrero, en La Represión en Soria durante la Guerra Civil, las ejecuciones que tuvieron lugar, en Barcones, al amanecer del día 14 de agosto de 1936. Eran:

Mariano González Carracedo. 35 años. Ferroviario de profesión. Natural de Tudela de Duero, residente en San Esteban de Gormaz. Casado y con dos hijos. Primeramente sería detenido por la Guardia Civil y conducido a la cárcel de El Burgo de Osma, donde ingresó el 1 de agosto, desde donde fue reexpedido a San Esteban. Días más tarde sería detenido por falangistas quienes lo buscaron en su propia casa. Esta salida sería la de su definitivo no retorno. Asimismo, en el registro civil de San Esteban está inscrito Mariano González Carracedo, "natural de Tudela de Duero, esposo de María Nieves Moreno Ruiz; falleció en accidente de guerra el día 14 de agosto de 1.936". Se inscribió su defunción el 23 de septiembre de 1944.


Bernabé Esteban Benito. Natural y vecino de San Esteban de Gormaz. Jornalero. Casado, dos hijos, y la mujer embarazada. El relato de lo que supuso el asesinato de Bernabé fue recogido de boca de su hija, octogenaria. A los pocos meses del hecho, la mujer de Bernabé falleció a causa de él. Con ella se irían también los gemelos que gestaba. Los dos hijos fueron separados, criándose en lugares distintos. Nunca les explicaron el motivo del asesinato del padre, ni ellos lo contaron a sus respectivas familias. Aunque el hijo nos diría que él sabe bien quien denunció a su padre, “una señora muy beata de San Esteban de Gormaz”. Los hermanos no se conocieron hasta que ambos rebasaban la veintena de años. Fue sacado de la prisión de El Burgo de Osma, y conducido a su destino final.

Cándido Muyo Arranz. Natural y vecino de San Esteban de Gormaz. Jornalero. Soltero. 25 años. Pascual Muyo, padre de Cándido, aparece en una relación de malos patriotas, por no colaborar en el impuesto encubierto del plato único, creado por los fascistas en acuerdo de 15 de noviembre de 1936.


Juan Ballano Pérez. Natural de Atauta, residente en San Esteban de Gormaz. Jornalero. 31 años. Enrique Barrera Beitía, en su trabajo sobre Consejos de Guerra en El Ferrol, escribe de la Causa 1188/37:

“De la lectura de esta pieza  separada del expediente parece deducirse que un grupo de obreros convocaron una huelga general en el pueblo de San Esteban de Gormaz, al conocerse la noticia del golpe de estado de los militares contra la República, al tiempo que intentaron – evidentemente de manera infructuosa – mantener al pueblo dentro del territorio leal a la República. También sabemos que se celebró una reunión en el ayuntamiento entre la corporación municipal (con la ausencia de los concejales Andrés la Mata y Tomás Otero) y los representantes sindicales. En la declaración ante el instructor, los concejales pidieron la desconvocatoria de la huelga y al no obtenerla, intentaron fijar una especie de “servicios mínimos”. Hay que reconocer que  era lógico que hicieran esta declaración a los militares, para intentar desmarcarse de esta iniciativa.
El veredicto del consejo de guerra es declararle -en ausencia- culpable y se cursó una orden de captura contra Juan Ballano Pérez con fecha 6 de febrero de 1939, publicada en el BOP el 11 de febrero de ese mismo año”.

Sus hermanos, Félix y Martín Ballano Pérez, permanecieron ingresados en la Prisión de El Burgo de Osma (Soria), desde el 21-10-1936 al 20-6-1937.

Máximo Redondo García. Natural de Langa de Duero, residente en San Esteban de Gormaz. Ferroviario. 36 ó 38 años al ser fusilado. Ingresó en la cárcel el 2 de agosto de 1936, procedente de San Esteban de Gormaz. Puesto en libertad el 5 de agosto de 1936. Después le sacarían de su casa. Casado, sin hijos.

Juan Pablo Rica Gutiérrez. Era natural de Huerta del Rey (Burgos) residente en San Esteban de Gormaz, donde fue concejal hasta que fuera cesado el 24 de julio. Tenía 48 años, estaba casado y tenía una hija, Amelia, fallecida nonagenaria. Su profesión era la de sastre. Ingresó en la prisión de El Burgo de Osma, procedente de San Esteban de Gormaz, entregado por la Guardia Civil del puesto, el 5 de agosto de 1936. Fue sacado de ella, el 13 de agosto, junto con Cándido Muyo Arranz, Antonio Lafuente Galán, Juan Ballano Pérez, y Bernabé Esteban Benito. Después le quitaron su casa y, a su hija Amelia, la beca con la que estudiaba, concedida por el gobierno de la II República.


En Barcones, bajo la tierra humedecida por el curso, cercano, del río Escalote, permanecen los restos de otros cuatro asesinados ese día, ¿o no? Alguien, durante las excavaciones para la recuperación, dejó caer que tal vez esos restos se los hubiera llevado el río. Se levantó toda la finca, para lo cual los propietarios de ella, generosamente, habían dado permiso, pero esa fosa no apareció. El motivo de la existencia de dos enterramientos se debe, según tradición oral, a que unos confesaron y otros no. Los que se negaron a declarar sus intimidades, sus miedos, su angustia en ese trágico momento, a unos representantes de la Iglesia quienes, en lugar de evitar la fechoría que allí se iba a cometer, se preocupaban solamente de cumplir con una obligación cuestionable, fueron:

Arsenio Martínez García, natural de Abejar (Soria), residente en la capital. Era chofer sanitario. Colaboraba asiduamente en el periódico TRABAJO, órgano de la CNT. Luchó, al principio de la rebelión, para que se permitiera al pueblo defender a la República con armas, incluso se ofreció al gobernador civil como rehén.
Este fue el retrato que hicieron de él Gregorio Herrero y Antonio Hernández, en el libro arriba citado:

“Arsenio Martínez es un trabajador honesto, chófer de profesión. No ha cursado estudios pero ha cuidado desde muy joven su formación cultural. Posee conocimientos amplios y dedica su tiempo libre a la lectura. No frecuenta bares, ni espectáculos. Su trabajo y el contacto diario con sus camaradas, aparte de los libros como hemos referido, llenan su tiempo. Es un auténtico autodidacta, que día a día se va superando hasta llegar a ejercer un verdadero magisterio entre sus camaradas que buscan en él, el necesario consejo, la orientación, el asesoramiento. Su gran sentido de la ética, su gran fortaleza moral, le van convirtiendo, no ya en un guía, sino en un ejemplo a seguir.
Quienes le conocieron nunca supieron discernir -ni ahora tampoco- cuál de sus dos cualidades brillaba a mayor altura: si su preparación o su rectitud; si su inteligencia o su espíritu. Tenía además un gran valor físico y una capacidad inmensa para el sacrificio. Era uno de los pocos hombres que reunía en su persona, en una síntesis asuntiva perfecta, la concordancia entre la idea y el sentimiento, el principio y la conducta.
Lo demostró constantemente, día a día, dentro de su organización sindical y en su vida corriente. Generoso, desprendido, él, que no era religioso, practicaba constantemente la máxima evangélica de que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha. Si alguien tenía una necesidad era Arsenio, no directamente, sino a través de otras personas, y con la prohibición de que se le nombrara, quien acudía a remediarla, en la medida de sus posibilidades. Podían llenarse páginas con la relación de sus actos altruistas. Si como dijera Antonio Machado -otro ejemplo de grandeza moral- no es más rico el que más tiene, sino el que más da, Arsenio Martínez tuvo hasta la misma hora de su muerte, una riqueza infinita. Porque incluso en ese último momento, cuando los fusiles asesinos le apuntaban, nos dio una bella lección de bien morir. Lo único que podrá dar -su perdón y su deseo de que su muerte sirviera para una España mejor- lo realizó con su estilo sencillo, sin alharacas, sin arrogancia, pero sin miedo: "Vosotros no sois culpables; sois un instrumento y ojalá que la España que queréis construir sea de paz, de amor, de verdaderos hermanos; la España que yo siempre he soñado". Y esto lo dijo Arsenio después de estar encarcelado en una mazmorra sombría durante casi un mes, después de permanecer amarrado toda una tarde y una noche en un camión, y dirigiéndose a los mismos que le habían de asesinar. ¿Cabe mayor grandeza de ánimo, mayor espíritu de sacrificio, expresión más pura del verdadero amor?
Fueron muchos los que participaron en su fusilamiento y en el de sus infortunados compañeros sorianos y seis de San Esteban de Gormaz, y algunos, para nuestra vergüenza, eran de nuestra ciudad y bien conocidos de Arsenio y de todos. Hubo también abundantes testigos de la ejecución, por lo que lo que ocurrió aquella madrugada, del 13 al 14 de agosto de 1.936, ha podido ser reconstruido fielmente.
Alguien que, por imperativo de la ley, hubo de presenciar las ejecuciones, no ha olvidado nunca la enorme lección de humanidad que dio Arsenio y cada día reza por la salvación de su alma”.

Fermín González Ruiz. Alpargatero, nacido en Soria, soltero, militante de la CNT. En el Negociado de Asociaciones del Gobierno Civil, figura la SOCIEDAD ATENEO SINDICALISTA. Fue en el año 1922. Tuvieron problemas y no se llegó a constituir. Entre los componentes de la Comisión Organizadora están Fermín González y Antonio Lafuente, fusilados junto a él. Fundó en Soria los Sindicatos Únicos. Estuvo detenido en varias ocasiones.
Antonio Lafuente Galán. Soriano, herrero-cerrajero, militante de la CNT. Casado, una hija, Alicia, ya fallecida. Sus últimos días, antes de ser fusilado, los pasó en la prisión de El Burgo de Osma, de donde fue sacado el día 13 de agosto de 1936, en compañía de vecinos de San Esteban de Gormaz, quienes corrieron la misma suerte que él.
Tomás Cué Ortiz. Natural de Torrelavega (Santander), residente en Soria. Ferroviario. Afiliado a la CNT y al Ateneo de Divulgación Social y a la Federación Nacional de Industria Ferroviaria. Secretario de la Cooperativa Ferroviaria de Soria. La Comisaría de Soria, en el año 1936, dirigida al presidente de la Audiencia una nota en la que decía que el investigado: “Es de buena conducta moral”.


Ante la imposibilidad de contactar con familiares de tres de los cuatro anarquistas cuyos restos aún no han aparecido, los familiares de Arsenio Martínez, sobrinos y primos, sí estuvieron presentes en el acto y les fue entregada una placa.

Paralelamente a los trabajos en la fosa de Barcones, se intentó, una vez más, tratar de recuperar los restos de Antonio Cabrero Santamaría y Valentín Llorente Benito. Antonio, alcalde de Pitillas (Navarra), y  Valentín, maestro, nacido en Igea (La Rioja), fueron asesinados el día 3 de septiembre de 1936, en el pueblo soriano de Fuentebella. Ander y Maite, nietos de Antonio, y antes Valentín, el hijo del fusilado y padre de ellos, intentaron en numerosas ocasiones localizar la fosa sin resultado alguno. El manto de silencio sin levantar durante décadas, la despoblación de esa zona soriana, la repoblación forestal llevada a cabo en los años sesenta, se unieron para complicar la búsqueda.

De aquella historia resta, además del recuerdo indeleble, un magnífico blog donde se recoge toda la información llevada a cabo por Ander y Maite, y una novela, en ambos casos con el mismo título, La Vara de la Libertad (http://lavaradelalibertad.blogspot.com). También ellos estuvieron presentes en el acto de entrega de los restos. Así como el profesor Francisco Etxeberria Gabilondo, de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, responsable de la excavación, y la antropóloga Lourdes, quienes hicieron entrega a los familiares de un libro donde se recoge los análisis y conclusiones de los fusilamientos de sus familiares y posterior investigación de los hechos y los restos aparecidos.

Inhumación en Barcones y San Esteban de Gormaz, la tarde del domingo, 2 de noviembre




La alcaldesa de Barcones, Ana Cobo Moreno, presente en el acto, ha ofrecido un espacio en el cementerio de su pueblo donde serán inhumados, hoy domingo, los restos de aquellos que van a seguir juntos para la eternidad. De otros, se han hecho cargo los familiares para depositarlos en las sepulturas familiares. Por la tarde, en San Esteban de Gormaz, tendrá lugar otro acto.
Una vez más, y siempre, he de recordar que las cunetas siguen repletas de asesinados. Una vez más, y siempre, he de recordar que todos estos trabajos son hechos por voluntarios, que no se recibe dinero para ello, que las autoridades miran al techo haciendo dejación de sus funciones, de sus obligaciones. Una vez más, y siempre…



5 de diciembre de 2013

La Vara de la Libertad, en Pitillas



A veces es necesario dejar el pudor a un lado y expresar sentimientos propios y hasta íntimos. Después de la visita a Pitillas (Navarra), el pasado sábado, 30 de noviembre, es el momento de hacerlo.
Sabía que iba a ser muy emocionante porque Pitillas, en relación con la historia que narra La Vara de la Libertad era, es fundamental. Había estado, como dije, siempre presente mientras escribía. Antes de ese sábado de la presentación en el Centro Cívico, sólo una vez había estado allí, pero las fotos y la película que hizo mi hija bailaban, iban y venían por el fondo de la pantalla del ordenador, haciéndome minimizar el documento sobre el que se iban fijando las palabras para contemplar las imágenes. La gran plaza, las casonas ricas, las casas menos ricas, el ahora Casino y otrora escuela de los recuerdos –malos y buenos- de Valentín y José Antonio Cabrero. Y, muy especialmente, la casa de donde Antonio salió para no volver jamás, seguido por la mirada de niño convertido ya en hombre a la fuerza, de aquel niño llamado Valentín, que iba dejando paso a otro niño, su nieto, Omar, allí, también en la portada de La Vara, recordando al bisabuelo.
Y fue muy emocionante, mucho. El salón estaba lleno, todas las caras eran amigas, estaban allí porque ellos sabían mucho de la historia narrada en La Vara de la Libertad, era parte de su propia historia, bien vivida directamente, bien escuchada a sus mayores.
Ander Cabrero hizo la presentación con el recuerdo de sus abuelos Antonio y Juliana siempre presente y después, desde un rincón del salón, unas voces comenzaron a cantar la jota pitillesa que da nombre a la novela y al blog dedicado a la memoria de Antonio Cabrero. La cantaban Espe Medina Angulo, Jesús Bravo Arizpeleta y Elena Izko Ongai. La había escuchado muchas veces, nunca en directo, allí mismo, junto a nosotros. No hace falta decir más. Las lágrimas se instalaron en todos los ojos, no sólo en los míos. Esa jota había sido escuchada por primera vez setenta y siete años atrás, cuando Antonio tomaba en sus manos la vara de alcalde. Curiosamente –o no tanto- la letra, ligeramente modificada, desaparecida la palabra “libertad” de ella, se cantaba en algunos pueblos de la Sierra de la Alcarama años después, cuando se reunían los jovenes para celebraciones.

Maite Zalacaín, la compañera de Ander, quien ha sostenido siempre en sus manos otra vara simbólica, la de la lucha de la mujer, no tanto en aquella maldita contienda, como después de ella, de la que la abuela Juliana salió adelante “con la cabeza alta”, “mujer de mente abierta y sabia en el caminar de la vida, transmitió con fuerza la necesidad del no olvido”.
También estuvo en la mesa Maite López Flamarique, periodista, profesora de la Universidad Pública de Navarra quien puso la nota más precisa sobre la publicación que presentábamos, no exenta, como todos, de una gran emoción.
Y la nota musical, además de la interpretación de la jota pitillesa, la puso el cantautor navarro Fermín Balentzia y su guitarra con dos canciones hermosísimas y duras a la vez: “Si subes al Alto Loiti” y “Maravillas”. La última en homenaje a la niña de 14 años, Maravillas Lamberto, asesinada en aquellos terribles tiempos que pretenden que olvidemos.

Una mañana que quedará grabada para siempre, arropada por hijos y nietos, por los amigos incondicionales de Sarnago, gracias a la familia Carrascosa, José Mari, Elena, María, a Jesús Catalán. Gracias a quienes nos acompañaron con la jota, con las canciones, a Maite López, a la familia Medrano y, sobre todo, a los pitilleses que hicieron posible un acto tan hermoso como reivindicativo.
Toda la información sobre el acto y sobre todo lo relacionado con Antonio Cabrero en http://lavaradelalibertad.blogspot.com.es




27 de octubre de 2013

La Vara de la Libertad en Tudela


Tudela 18/10/2013 19:30 Centro cívico Lestonnac

Desde la Sierra de la Alcarama hasta Tudela”

Presentación de la novela “La Vara de la Libertad”

Novela basada en hechos reales. Narra los últimos 40 días de un maestro de Fitero, Valentín Llorente y el alcalde de Pitillas, Antonio Cabrero en el verano de 1936. Los hechos ocurren en la Sierra de la Alcarama, entre los pueblos de Acrijos y Fuentebella, hoy deshabitados

Organizado por la Asociación de Amigos de Sarnago, con la asistencia de cerca de 80 personas contamos con la presencia de la autora Isabel Goig y con Ander Cabrero nieto del que fuera alcalde de Pitillas.

El presidente de la asociación, José Mari Carrascosa, presentó el acto. Dio las gracias a los  asistentes y en especial a los componentes de la mesa. Habló de la larga trayectoria de la escritora, con más de 20 publicaciones, siendo en la actualidad un referente de la cultura soriana. Comentó, lo que a su juicio era esta historia, muy dura pero escrita con gran sentimiento, con mucho respeto y sin rencor. Seguidamente se proyectó un video del homenaje que se hizo a los dos protagonistas en 2010 en la sierra de la Alcarama donde Paco Marín interpreta la jota “la Vara de la Libertad”.

   En el turno de palabra de la autora comentó sobre cómo surgió esta novela, la foto de la portada, el título, los lugares recorridos, etc..La historia se la pasaron los nietos de Antonio Cabrero y después de darle muchas vueltas acabó metiéndose en esta empresa.

Ander hizo un repaso de la historia de su abuelo y de todos los pasos que llevaban dando con el fin de saber toda la verdad y poder recuperar los restos de los dos fusilados (después de varios intentos, hasta la fecha ha sido imposible)

Como broche final, y antes de que la autora firmase ejemplares, se exhibió otro pequeño video con fotos de la sierra realizado por Félix E. en febrero de 2013.


21 de septiembre de 2013

La Vara de la Libertad

Los protagonistas de esta historia son Antonio Cabrero Santamaría y Valentín Llorente Benito. El primero, nacido en Ponzano (Huesca), vivió durante años en Pitillas (Navarra), donde, los últimos meses antes de que diera comienzo la Guerra Civil, ejerció la labor de alcalde sosteniendo con dignidad la Vara de la Libertad. Valentín había nacido en Valdemadera, residía en Igea (ambas localidades de La Rioja), y ejercía de maestro en Fitero (Navarra). El último mes y medio de la vida de ambos lo vivieron juntos, en la Sierra de la Alcarama, hasta que, el día 3 de septiembre de 1936, fueron asesinados en esa misma sierra que les había acogido. Hasta el día de hoy sus restos no han podido ser recuperados. Hace tres años, las familias colocaron, en la Sierra de la Alcarama, en un lugar próximo a donde sucedieron los hechos, un monolito al que pertenece la foto de arriba. En esta novela se narra una parte de la historia de los dos protagonistas, en proporción no mensurada entre ficción y realidad, aunque hasta la ficción está basada en hechos reales. A veces su lectura puede resultar dura, pero no tanto como los hechos que padecieron. Sucesos que, por otro lado, y sólo para Soria, sufrieron cientos de personas.
La Vara de la Libertad haciendo camino





















25 de julio de 2013

Recuperados siete cuerpos en Barcones



 

Durante tres días, del 19 al 21 de julio, se ha tratado de exhumar los restos de los diez sorianos fusilados en Barcones. Ha sido un largo tiempo de investigación y viajes hasta llegar a ese día del mes de julio. Parecía que, por fin, se iban a exhumar los diez cuerpos. Finalmente sólo han sido siete, los seis de la comarca de San Esteban y otro más, aislado, cuya filiación se desconoce, hasta que el profesor Francisco Etxebarría y su equipo le pongan nombre y apellidos.

La satisfacción supera, con creces, la decepción. Se han recuperado los restos de Juan Pablo Rica Gutiérrez, Máximo Redondo García, Juan Ballano Pérez, Cándido Muyo Arranz, Bernabé Esteban Benito, y Mariano González Carracedo. Emoción, sólo emoción. En contra de la opinión de personas que se niegan a que se revuelva el pasado, nadie quiere revanchas, nadie grita consignas. El pasado no se revuelve porque no es pasado todavía. Los hechos terribles, en este caso los ocurridos el 14 de agosto de 1936, han convivido con los familiares y han llegado, intactos, al presente.

No se trata, como muchos hemos dicho tantas veces, de cicatrizar heridas y de cerrar una etapa, o al menos no solamente de eso. Se trata, simple y llanamente, de hacer justicia. Que se sepa, a la vista de los cuerpos, que eso sucedió realmente y que aconteció en la retaguardia, sin juicios, con nocturnidad. Se trata de que los familiares lleven sus restos al lugar que deseen, junto a sus familiares. Sólo son huesos, sí, pero huesos que dicen y explican la barbaridad.

No estuve, pero me han contado (Magdalena Alonso Muyo entre otros), de la emoción, de la generosidad, de la solidaridad de todos los que acudieron a Barcones para colaborar, apoyar o, como en el caso de los familiares, mirar con esperanza para tratar de distinguir quién es su familiar.

Para fechas no lejanas queda la vuelta. Es necesario encontrar a los cuatro anarquistas sorianos: Arsenio Martínez García, Fermín González Ruiz, Antonio Lafuente Galán y Tomás Cué Ortiz. Volver al “Colmenar de la tía Leonor”, lugar ya para la historia de los familiares y de la Asociación Soriana Recuerdo y Dignidad.


No fue fácil en Fuentebella. De nuevo la decepción para la familia de Antonio Cabrero Santamaría, cuyos restos yacen, junto a los de Valentín Llorente Benito, en un lugar aún ignoto de la Sierra de la Alcarama, entre los barrancos Pertigoso y Moscares. Lo dificultoso del acceso (una se pregunta cómo pudieron bajar hasta allí, de noche), el intento en su día de repoblación forestal, el silencio de los vecinos que abandonaron el pueblo antes que ningún otro de la Alcarama, y la elevada edad de quienes todavía podrían indicar el lugar exacto, hace que, un intento tras otro, los familiares no logren su objetivo.

Desde estas líneas agradecer, una vez más, el trabajo desinteresado del profesor Francisco Etxebarría Gabilondo y su equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, que preside.

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