27 de septiembre de 2019

Eguzkilore para Antonio y Valentín


(La Vara de la Libertad)



El día 2 de junio estábamos convocados a subir a la Alcarama. Allí, desde donde se ven los pueblos de Acrijos y Fuentebella, dominando un barranco que hubiéramos cantado profundo y solemne, pero que a partir del día 3 de septiembre de 1936 hemos de llamarlo triste mausoleo, allí, repito, los nietos de Antonio Cabrero, Ander y Maite, y Omar, el bisnieto, colocaron hace unos años un monolito en homenaje a él y a Valentín Llorente, su último compañero de vida y el único, para siempre, de muerte. Nunca pudieron encontrar sus cuerpos, nunca les han olvidado, y por allí van de vez en cuando por si el eco de sus canciones pudiera llegar hasta las hierbas, flores, y algún arbolillo nacido con la simiente de ellos.


  
Escribía el poeta que existe mala gente que camina y va apestando la tierra. Y debieron ser personas de esa condición quienes un mal día arrancaron la placa que, pegada al monolito, les recordaba. El día 2 de junio subimos, también miembros de la Asociación Recuerdo y Dignidad, para reponerla, recordarles, grabar para Hamaika Telebista, almorzar..., y contemplar de nuevo, desde arriba, aquel espacio por donde, de madrugada, caminaron delante de unas escopetas que minutos después vomitarían fuego.



A los pies del molonito llamó mi atención una flor impropia del lugar, parecía un girasol. Me acerqué a tocar las hojas verdes que rodeaban a un círculo amarillo y al pincharme me dí cuenta de que todo era de metal. Maite me contó la historia de esa flor, que en Euskadi tiene el nombre de eguzkilore, flor del sol, creada por Amalur, la madre tierra, para ahuyentar a los malos espíritus, es la planta protectora de los vascos, la que se coloca a la entrada de casas y caseríos.


Asi como el poeta escribía de la mala gente, lo hacía también de la buena, de esas que viven, laboran, pasan y sueñan... Y una de esas personas es José Manuel, de Acrijos, casado con una guipuzcoana. Tras sufrir el monolito la agresión en la placa, paseaba por allí José Manuel y lo vio, tanta fue su indignación, que al volver a Gipuzkoa hizo una eguzkilore y la clavó a los pies del monolito.