19 de enero de 2012

Valentín Cabrero Urzain



Hace ya algunos días que falleció Valentín Cabrera Urzain. Por esos azares de la vida, que nunca deberían darse, Valentín estuvo toda su vida vinculado a las tierras de Soria de una manera dramática. Su padre, Antonio Cabrero Santamaría, alcalde de Pitillas, en Navarra, fue asesinado, junto con el maestro de Fitero, Valentín Llorente Benito, en la aldea de Fuentebella, pueblo ya abandonado de la comarca de Tierras Altas.
Fue, para la mayoría, un episodio más de la guerra fratricida que dividió a los españoles. Para Valentín y su familia, sería el episodio que marcaría para siempre sus vidas y les indicaría el camino a seguir, por encima de la existencia de cada cual, fluctuando siempre sobre su cabeza y marcando los corazones. Un sin vivir que a la vez les empujaba a hacerlo, un camino que debía dirigirles hacia la verdad de lo sucedido y, a poder ser, la recuperación de unos restos. Un drama que han vivido, y en muchos casos siguen viviendo, cientos de familias de estas tierras sorianas, y miles en todo el territorio español. Un drama que, no se alcanza bien a comprender por qué, no provoca toda la empatía y toda la solidaridad necesaria, y se recurre con frecuencia a la invocación del olvido, como si esa facultad nos viniera ya en los genes. ¿Por qué han de olvidar las familias?, y ¿cómo hacerlo?
Valentín no pudo olvidar nunca, y sus hijos tampoco. Con Ander y Maite a la cabeza, durante años, cuando ya se pudo acceder a archivos, o requerir información a los descendientes de aquellos habitantes de Fuentebella y Acrijos, lo hicieron. Pero los asesinatos con nocturnidad no quedan registrados en los papeles. De aquellos años muchos querrían borrarlo todo, y en muchos casos, no porque la conciencia se les haya conmovido –habrá otros que sí- si no porque, humanos al fin y al cabo, los temores a ser descubiertos forman parte también de esa humanidad, por malvada que sea.
Antonio Cabrero y Valentín Llorente se vieron obligados a esconderse como los animales de unos congéneres suyos que les buscaban para cazarles como tales. Hasta que lo consiguieron. No cabe mayor iniquidad. Pero así fue en tantos casos, en demasiados. Los caínes del mundo que han sido, son y serán, no entienden de sentimientos buenos, de los malos andan sobrados, y Antonio y Valentín morirían pensando qué era eso tan malo que les conducía hacia la nada.
Ahora otro Valentín, Valentín Cabrero, ha muerto sin haber podido recuperar los restos de su padre, un hombre valiente que luchó por los derechos de los más desfavorecidos en contra de la soberbia de los caciques malos –buenos los había en tribus lejanas-. Lucha imposible que Valentín no llegó a comprender. Nunca el pobre, el desheredado, gana al rico y prepotente. Si acaso se van conquistando pequeñas parcelas que nos pertenecen por el hecho de estar aquí. Por eso las guerras.
Ander y Maite seguirán la lucha, seguirán buscando, esparcirán las cenizas de Valentín Cabrero en los barrancos de Fuentebella, pondrán flores sobre la placa que ya le colocaron. Pequeños gestos para aliviar el dolor, mientras llega, si es que llega, la Justicia y la Reparación.
Más que nunca desear a Valentín Cabrero la paz en la nada que no llegó a alcanzar en la tierra. Y todo el oprobio para aquellos que frenan la necesidad de esa Justicia que sería lo único que podría tranquilizar a los descendientes de todas aquellas personas. El olvido no, eso nunca, primero porque es imposible, y después porque el olvido que practican los responsables de aquel genocidio, es un intento de quitar a los asesinados y a sus familias la dignidad que ellos ni conocen ni merecen.