5 de abril de 2016

Repuesta la placa de Antonio Cabrero y Valentín Llorente


Habría que penetrar en lo más hondo de la maldad o quizá de la idiocia, o de ambas juntas, que ya suponen una buena mezcla, para comprender qué lleva al individuo poseedor de ellas a realizar acciones como no permitir ni el recuerdo, ni la consideración, hacia unas personas asesinadas impunemente en un barranco.

En un lugar apartado de la Sierra de la Alcarama, entre Acrijos y Fuentebella, se levantó un monolito en memoria de Antonio Cabrero y Valentín Llorente, el primero alcalde de Pitillas, en Navarra, el segundo, natural de Igea, en La Rioja, maestro. La historia es bien conocida. Llegaron a La Alcarama en busca de protección, pero encontraron la muerte. Uno de tantos episodios sangrientos e incomprensibles de la última contienda civil de este país nuestro tan cainita.

Los nietos de Antonio no han cejado en la búsqueda de los cuerpos, sin que hasta la fecha hayan conseguido otra cosa que reunir los datos y recuerdos de personas generosas y tratar de componer con ellos qué sucedió realmente aquella nefasta madrugada. Sólo la colocación del monolito, hace ya unos años, sirvió de alivio, a la vez que de homenaje, a la espera -¡quién sabe!- de que algún día se encuentren sus restos.

Pues ni este hecho simbólico pueden soportar la suma de maldad e idiocia, y hace ya un tiempo que la placa con sus nombres y fotografías fue arrancada. El monolito, quizá debido a su enorme peso, lo dejaron allí. Con lo que esta mala gente no cuenta es con la tenacidad, amparada por el sentido de Justicia, de los descendientes de Antonio Cabrero, capaces de reponer la placa cuantas veces sean necesarias, además denunciar el hecho y tratar de averiguar qué manos sucias de váyase a saber qué sustancia han sido los facedores de la hazaña.

El sábado, 2 de abril, la placa fue repuesta y sirvió para, de nuevo, reunirse un grupo de amigos y reivindicar una vez más los nombres de Antonio y Valentín. O sea, lo contrario de lo que ellos buscaban.