2 de noviembre de 2014

Entrega de los restos de la Fosa de Barcones






La tarde del día 1 de noviembre de 2014, festividad de Todos los Santos, según la Iglesia Católica, entrada a la mitad oscura del año, Samain, según el calendario Celta, fueron entregados los restos de los asesinados en Barcones, el día 14 de agosto de 1936, a sus familiares. El acto, en la sala principal del Palacio de la Audiencia de Soria, estuvo cargado, como no podía ser de otra forma, de una emoción que era sólo eso, emoción, en contra de quienes piensan, e incluso opinan, que el deseo de los familiares es la venganza.

Estuvo presentado por Julián de la Mata, y presidido por Iván Aparicio, responsable de la Asociación Recuerdo y Dignidad de Soria, y forma parte de la VIII Semana de la Memoria Histórica y Derechos Humanos, que este año está dedicada a la figura de la activista Giulia Tamayo, recientemente fallecida.


“Al anochecer del día 13 de agosto de 1936, llegó a un lugar cerca del frente, un camión con doce personas esposadas y rigurosamente custodiadas. Dos de ellas fueron separadas y volvieron a la cárcel. De las diez personas restantes, cuatro eran de Soria: Arsenio Martínez, Fermín González, Tomás Cué y Antonio Lafuente. Los seis restantes pertenecían a la comarca de El Burgo de Osma. Permanecieron en el camión esposados toda la noche y al amanecer del día 14 fueron trasladados a un lugar entre Barcones y Atienza, donde fueron ejecutados. Asistieron a la ejecución dos sacerdotes y un médico militar, con misiones distintas. Como se habían dado casos, realizados los fusilamientos, de que algunas de las víctimas habían quedado moribundas (conocido es el caso de un fusilado en los llanos de Chavaler, que llegó arrastrándose hasta el pueblo próximo), el médico militar recibió el ruego u orden de un superior, el capitán Martínez, de que se asegurara de que los que iban a ser fusilados, fueran realmente muertos y certificara su defunción”.

Así relatan Antonio Hernández y Gregorio Herrero, en La Represión en Soria durante la Guerra Civil, las ejecuciones que tuvieron lugar, en Barcones, al amanecer del día 14 de agosto de 1936. Eran:

Mariano González Carracedo. 35 años. Ferroviario de profesión. Natural de Tudela de Duero, residente en San Esteban de Gormaz. Casado y con dos hijos. Primeramente sería detenido por la Guardia Civil y conducido a la cárcel de El Burgo de Osma, donde ingresó el 1 de agosto, desde donde fue reexpedido a San Esteban. Días más tarde sería detenido por falangistas quienes lo buscaron en su propia casa. Esta salida sería la de su definitivo no retorno. Asimismo, en el registro civil de San Esteban está inscrito Mariano González Carracedo, "natural de Tudela de Duero, esposo de María Nieves Moreno Ruiz; falleció en accidente de guerra el día 14 de agosto de 1.936". Se inscribió su defunción el 23 de septiembre de 1944.


Bernabé Esteban Benito. Natural y vecino de San Esteban de Gormaz. Jornalero. Casado, dos hijos, y la mujer embarazada. El relato de lo que supuso el asesinato de Bernabé fue recogido de boca de su hija, octogenaria. A los pocos meses del hecho, la mujer de Bernabé falleció a causa de él. Con ella se irían también los gemelos que gestaba. Los dos hijos fueron separados, criándose en lugares distintos. Nunca les explicaron el motivo del asesinato del padre, ni ellos lo contaron a sus respectivas familias. Aunque el hijo nos diría que él sabe bien quien denunció a su padre, “una señora muy beata de San Esteban de Gormaz”. Los hermanos no se conocieron hasta que ambos rebasaban la veintena de años. Fue sacado de la prisión de El Burgo de Osma, y conducido a su destino final.

Cándido Muyo Arranz. Natural y vecino de San Esteban de Gormaz. Jornalero. Soltero. 25 años. Pascual Muyo, padre de Cándido, aparece en una relación de malos patriotas, por no colaborar en el impuesto encubierto del plato único, creado por los fascistas en acuerdo de 15 de noviembre de 1936.


Juan Ballano Pérez. Natural de Atauta, residente en San Esteban de Gormaz. Jornalero. 31 años. Enrique Barrera Beitía, en su trabajo sobre Consejos de Guerra en El Ferrol, escribe de la Causa 1188/37:

“De la lectura de esta pieza  separada del expediente parece deducirse que un grupo de obreros convocaron una huelga general en el pueblo de San Esteban de Gormaz, al conocerse la noticia del golpe de estado de los militares contra la República, al tiempo que intentaron – evidentemente de manera infructuosa – mantener al pueblo dentro del territorio leal a la República. También sabemos que se celebró una reunión en el ayuntamiento entre la corporación municipal (con la ausencia de los concejales Andrés la Mata y Tomás Otero) y los representantes sindicales. En la declaración ante el instructor, los concejales pidieron la desconvocatoria de la huelga y al no obtenerla, intentaron fijar una especie de “servicios mínimos”. Hay que reconocer que  era lógico que hicieran esta declaración a los militares, para intentar desmarcarse de esta iniciativa.
El veredicto del consejo de guerra es declararle -en ausencia- culpable y se cursó una orden de captura contra Juan Ballano Pérez con fecha 6 de febrero de 1939, publicada en el BOP el 11 de febrero de ese mismo año”.

Sus hermanos, Félix y Martín Ballano Pérez, permanecieron ingresados en la Prisión de El Burgo de Osma (Soria), desde el 21-10-1936 al 20-6-1937.

Máximo Redondo García. Natural de Langa de Duero, residente en San Esteban de Gormaz. Ferroviario. 36 ó 38 años al ser fusilado. Ingresó en la cárcel el 2 de agosto de 1936, procedente de San Esteban de Gormaz. Puesto en libertad el 5 de agosto de 1936. Después le sacarían de su casa. Casado, sin hijos.

Juan Pablo Rica Gutiérrez. Era natural de Huerta del Rey (Burgos) residente en San Esteban de Gormaz, donde fue concejal hasta que fuera cesado el 24 de julio. Tenía 48 años, estaba casado y tenía una hija, Amelia, fallecida nonagenaria. Su profesión era la de sastre. Ingresó en la prisión de El Burgo de Osma, procedente de San Esteban de Gormaz, entregado por la Guardia Civil del puesto, el 5 de agosto de 1936. Fue sacado de ella, el 13 de agosto, junto con Cándido Muyo Arranz, Antonio Lafuente Galán, Juan Ballano Pérez, y Bernabé Esteban Benito. Después le quitaron su casa y, a su hija Amelia, la beca con la que estudiaba, concedida por el gobierno de la II República.


En Barcones, bajo la tierra humedecida por el curso, cercano, del río Escalote, permanecen los restos de otros cuatro asesinados ese día, ¿o no? Alguien, durante las excavaciones para la recuperación, dejó caer que tal vez esos restos se los hubiera llevado el río. Se levantó toda la finca, para lo cual los propietarios de ella, generosamente, habían dado permiso, pero esa fosa no apareció. El motivo de la existencia de dos enterramientos se debe, según tradición oral, a que unos confesaron y otros no. Los que se negaron a declarar sus intimidades, sus miedos, su angustia en ese trágico momento, a unos representantes de la Iglesia quienes, en lugar de evitar la fechoría que allí se iba a cometer, se preocupaban solamente de cumplir con una obligación cuestionable, fueron:

Arsenio Martínez García, natural de Abejar (Soria), residente en la capital. Era chofer sanitario. Colaboraba asiduamente en el periódico TRABAJO, órgano de la CNT. Luchó, al principio de la rebelión, para que se permitiera al pueblo defender a la República con armas, incluso se ofreció al gobernador civil como rehén.
Este fue el retrato que hicieron de él Gregorio Herrero y Antonio Hernández, en el libro arriba citado:

“Arsenio Martínez es un trabajador honesto, chófer de profesión. No ha cursado estudios pero ha cuidado desde muy joven su formación cultural. Posee conocimientos amplios y dedica su tiempo libre a la lectura. No frecuenta bares, ni espectáculos. Su trabajo y el contacto diario con sus camaradas, aparte de los libros como hemos referido, llenan su tiempo. Es un auténtico autodidacta, que día a día se va superando hasta llegar a ejercer un verdadero magisterio entre sus camaradas que buscan en él, el necesario consejo, la orientación, el asesoramiento. Su gran sentido de la ética, su gran fortaleza moral, le van convirtiendo, no ya en un guía, sino en un ejemplo a seguir.
Quienes le conocieron nunca supieron discernir -ni ahora tampoco- cuál de sus dos cualidades brillaba a mayor altura: si su preparación o su rectitud; si su inteligencia o su espíritu. Tenía además un gran valor físico y una capacidad inmensa para el sacrificio. Era uno de los pocos hombres que reunía en su persona, en una síntesis asuntiva perfecta, la concordancia entre la idea y el sentimiento, el principio y la conducta.
Lo demostró constantemente, día a día, dentro de su organización sindical y en su vida corriente. Generoso, desprendido, él, que no era religioso, practicaba constantemente la máxima evangélica de que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha. Si alguien tenía una necesidad era Arsenio, no directamente, sino a través de otras personas, y con la prohibición de que se le nombrara, quien acudía a remediarla, en la medida de sus posibilidades. Podían llenarse páginas con la relación de sus actos altruistas. Si como dijera Antonio Machado -otro ejemplo de grandeza moral- no es más rico el que más tiene, sino el que más da, Arsenio Martínez tuvo hasta la misma hora de su muerte, una riqueza infinita. Porque incluso en ese último momento, cuando los fusiles asesinos le apuntaban, nos dio una bella lección de bien morir. Lo único que podrá dar -su perdón y su deseo de que su muerte sirviera para una España mejor- lo realizó con su estilo sencillo, sin alharacas, sin arrogancia, pero sin miedo: "Vosotros no sois culpables; sois un instrumento y ojalá que la España que queréis construir sea de paz, de amor, de verdaderos hermanos; la España que yo siempre he soñado". Y esto lo dijo Arsenio después de estar encarcelado en una mazmorra sombría durante casi un mes, después de permanecer amarrado toda una tarde y una noche en un camión, y dirigiéndose a los mismos que le habían de asesinar. ¿Cabe mayor grandeza de ánimo, mayor espíritu de sacrificio, expresión más pura del verdadero amor?
Fueron muchos los que participaron en su fusilamiento y en el de sus infortunados compañeros sorianos y seis de San Esteban de Gormaz, y algunos, para nuestra vergüenza, eran de nuestra ciudad y bien conocidos de Arsenio y de todos. Hubo también abundantes testigos de la ejecución, por lo que lo que ocurrió aquella madrugada, del 13 al 14 de agosto de 1.936, ha podido ser reconstruido fielmente.
Alguien que, por imperativo de la ley, hubo de presenciar las ejecuciones, no ha olvidado nunca la enorme lección de humanidad que dio Arsenio y cada día reza por la salvación de su alma”.

Fermín González Ruiz. Alpargatero, nacido en Soria, soltero, militante de la CNT. En el Negociado de Asociaciones del Gobierno Civil, figura la SOCIEDAD ATENEO SINDICALISTA. Fue en el año 1922. Tuvieron problemas y no se llegó a constituir. Entre los componentes de la Comisión Organizadora están Fermín González y Antonio Lafuente, fusilados junto a él. Fundó en Soria los Sindicatos Únicos. Estuvo detenido en varias ocasiones.
Antonio Lafuente Galán. Soriano, herrero-cerrajero, militante de la CNT. Casado, una hija, Alicia, ya fallecida. Sus últimos días, antes de ser fusilado, los pasó en la prisión de El Burgo de Osma, de donde fue sacado el día 13 de agosto de 1936, en compañía de vecinos de San Esteban de Gormaz, quienes corrieron la misma suerte que él.
Tomás Cué Ortiz. Natural de Torrelavega (Santander), residente en Soria. Ferroviario. Afiliado a la CNT y al Ateneo de Divulgación Social y a la Federación Nacional de Industria Ferroviaria. Secretario de la Cooperativa Ferroviaria de Soria. La Comisaría de Soria, en el año 1936, dirigida al presidente de la Audiencia una nota en la que decía que el investigado: “Es de buena conducta moral”.


Ante la imposibilidad de contactar con familiares de tres de los cuatro anarquistas cuyos restos aún no han aparecido, los familiares de Arsenio Martínez, sobrinos y primos, sí estuvieron presentes en el acto y les fue entregada una placa.

Paralelamente a los trabajos en la fosa de Barcones, se intentó, una vez más, tratar de recuperar los restos de Antonio Cabrero Santamaría y Valentín Llorente Benito. Antonio, alcalde de Pitillas (Navarra), y  Valentín, maestro, nacido en Igea (La Rioja), fueron asesinados el día 3 de septiembre de 1936, en el pueblo soriano de Fuentebella. Ander y Maite, nietos de Antonio, y antes Valentín, el hijo del fusilado y padre de ellos, intentaron en numerosas ocasiones localizar la fosa sin resultado alguno. El manto de silencio sin levantar durante décadas, la despoblación de esa zona soriana, la repoblación forestal llevada a cabo en los años sesenta, se unieron para complicar la búsqueda.

De aquella historia resta, además del recuerdo indeleble, un magnífico blog donde se recoge toda la información llevada a cabo por Ander y Maite, y una novela, en ambos casos con el mismo título, La Vara de la Libertad (http://lavaradelalibertad.blogspot.com). También ellos estuvieron presentes en el acto de entrega de los restos. Así como el profesor Francisco Etxeberria Gabilondo, de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, responsable de la excavación, y la antropóloga Lourdes, quienes hicieron entrega a los familiares de un libro donde se recoge los análisis y conclusiones de los fusilamientos de sus familiares y posterior investigación de los hechos y los restos aparecidos.

Inhumación en Barcones y San Esteban de Gormaz, la tarde del domingo, 2 de noviembre




La alcaldesa de Barcones, Ana Cobo Moreno, presente en el acto, ha ofrecido un espacio en el cementerio de su pueblo donde serán inhumados, hoy domingo, los restos de aquellos que van a seguir juntos para la eternidad. De otros, se han hecho cargo los familiares para depositarlos en las sepulturas familiares. Por la tarde, en San Esteban de Gormaz, tendrá lugar otro acto.
Una vez más, y siempre, he de recordar que las cunetas siguen repletas de asesinados. Una vez más, y siempre, he de recordar que todos estos trabajos son hechos por voluntarios, que no se recibe dinero para ello, que las autoridades miran al techo haciendo dejación de sus funciones, de sus obligaciones. Una vez más, y siempre…