A
veces es necesario dejar el pudor a un lado y expresar sentimientos propios y
hasta íntimos. Después de la visita a Pitillas (Navarra), el pasado sábado, 30
de noviembre, es el momento de hacerlo.
Sabía
que iba a ser muy emocionante porque Pitillas, en relación con la historia que
narra La Vara de la Libertad era, es fundamental. Había estado, como dije,
siempre presente mientras escribía. Antes de ese sábado de la presentación en
el Centro Cívico, sólo una vez había estado allí, pero las fotos y la película
que hizo mi hija bailaban, iban y venían por el fondo de la pantalla del
ordenador, haciéndome minimizar el documento sobre el que se iban fijando las
palabras para contemplar las imágenes. La gran plaza, las casonas ricas, las
casas menos ricas, el ahora Casino y otrora escuela de los recuerdos –malos y
buenos- de Valentín y José Antonio Cabrero. Y, muy especialmente, la casa de
donde Antonio salió para no volver jamás, seguido por la mirada de niño
convertido ya en hombre a la fuerza, de aquel niño llamado Valentín, que iba
dejando paso a otro niño, su nieto, Omar, allí, también en la portada de La
Vara, recordando al bisabuelo.
Y
fue muy emocionante, mucho. El salón estaba lleno, todas las caras eran amigas,
estaban allí porque ellos sabían mucho de la historia narrada en La Vara de la
Libertad, era parte de su propia historia, bien vivida directamente, bien
escuchada a sus mayores.
Ander
Cabrero hizo la presentación con el recuerdo de sus abuelos Antonio y Juliana siempre
presente y después, desde un rincón del salón, unas voces comenzaron a cantar
la jota pitillesa que da nombre a la novela y al blog dedicado a la memoria de
Antonio Cabrero. La cantaban Espe Medina Angulo, Jesús Bravo Arizpeleta y Elena
Izko Ongai. La había escuchado muchas veces, nunca en directo, allí mismo,
junto a nosotros. No hace falta decir más. Las lágrimas se instalaron en todos
los ojos, no sólo en los míos. Esa jota había sido escuchada por primera vez
setenta y siete años atrás, cuando Antonio tomaba en sus manos la vara de
alcalde. Curiosamente –o no tanto- la letra, ligeramente modificada,
desaparecida la palabra “libertad” de ella, se cantaba en algunos pueblos de la
Sierra de la Alcarama años después, cuando se reunían los jovenes para
celebraciones.
Maite
Zalacaín, la compañera de Ander, quien ha sostenido
siempre en sus manos otra vara simbólica, la de la lucha de la mujer, no tanto
en aquella maldita contienda, como después de ella, de la que la abuela Juliana
salió adelante “con la cabeza alta”, “mujer de mente abierta y sabia en el
caminar de la vida, transmitió con fuerza la necesidad del no olvido”.
También estuvo en la mesa Maite López Flamarique, periodista,
profesora de la Universidad Pública de Navarra quien puso la nota más precisa
sobre la publicación que presentábamos, no exenta, como todos, de una gran
emoción.
Y la nota musical, además de la interpretación de la jota
pitillesa, la puso el cantautor navarro Fermín Balentzia y su guitarra con dos
canciones hermosísimas y duras a la vez: “Si subes al Alto Loiti” y
“Maravillas”. La última en homenaje a la niña de 14 años, Maravillas Lamberto,
asesinada en aquellos terribles tiempos que pretenden que olvidemos.
Una mañana que quedará grabada para siempre, arropada por hijos
y nietos, por los amigos incondicionales de Sarnago, gracias a la familia
Carrascosa, José Mari, Elena, María, a Jesús Catalán. Gracias a quienes nos
acompañaron con la jota, con las canciones, a Maite López, a la familia Medrano
y, sobre todo, a los pitilleses que hicieron posible un acto tan hermoso como
reivindicativo.
Toda la información sobre el acto y sobre todo lo relacionado
con Antonio Cabrero en http://lavaradelalibertad.blogspot.com.es