5 de noviembre de 2007

Sucedió en Fuentebella y en toda Soria

El tema de la barbarie cometida los primeros días después del 18 de julio de 1936, y la represión de los años franquistas, en especial los inmediatamente posteriores a 1939, ha supuesto para muchas personas motivo de reflexión, investigación y, sobre todo, de rabia e impotencia. Unos sentimientos que, en mí, se acrecentaron después de leer la publicación de Gregorio Herrero y Antonio Hernández “La represión en Soria durante la Guerra Civil”, el trabajo más valiente y comprometido dado a conocer en Soria, más si se tiene en cuenta que habían pasado pocos años desde la muerte del dictador Franco.
Algunos grupos políticos, determinadas personas, gente que vivió el horror de aquellos años, algunos con verdaderos deseos de olvidar, los medios de comunicación en general, tratan los hechos ocurridos durante la Guerra Civil de manera global, contando los muertos por encima y los hechos de manera distante. Desde una perspectiva acorde con la velocidad de la vida esto resulta lógico, no se puede estar constantemente volviendo atrás. Ensayistas ahondan en esos años analizando las causas que llevaron al golpe de Estado, y la guerra como una contienda más, un prolegómeno de lo que iba a ser la Segunda Guerra Mundial. La pregunta es ¿por qué no nos detuvimos hace ya muchos años y se investigó a fondo, no ya la guerra, sino la represión fuera de las trincheras y durante los primeros años del franquismo? Eso sí hubiera podido cerrar las heridas.

Es ahora cuando los jóvenes se están dando cuenta de lo que significó aquella contienda y, sobre todo, la represión previa y posterior a ella. Por eso no es extraño que asociaciones en pro de la Memoria Histórica, estén compuestas por jóvenes, como Iván Aparicio en la de Soria, que no la sufrieron, que no hubo muerte ni desaparición entre los miembros de la familia, pero que comprenden lo terrible de lo sucedido.

Es ahora cuando, pasado el letargo impuesto, desaparecido el miedo que ha sellado bocas, aparece, por ejemplo, un artículo a toda página en el periódico La Razón, dando a conocer una carta donde se explica la muerte de Federico García Lorca, y se sabe, de paso, que el ensayista Fernández Almagro –a cuyos trabajos todos habremos acudido alguna vez- escribió en 1939 una artículo titulado “La Genealogía de los rojos”, llamándoles criminales sedientos de sangre y otras lindezas.

Cuando cualquier investigador acude a los archivos, a las familias de los represaliados, y se olvida de lo global para adentrarse en el drama particular, lo que sucedió aquellos años adquiere una dimensión humana inolvidable.

Durante este verano de 2007, he llevado a cabo por encargo un trabajo en algunos archivos y registros, precisamente sobre asesinados a partir del 18 de julio. Hablo conscientemente de asesinatos porque ninguno de ellos murió luchando en las trincheras. He podido comprobar de primera mano cómo daban forma legal a algunas de sus actuaciones, de qué forma tan cínica, por lo que resulta fácil suponer qué hicieron cuando no tenían obligación de dejar constancia.

En Almazán, por ejemplo, en el acta del Ayuntamiento inmediatamente posterior al golpe de Estado, escriben: Tomada la palabra por el capitán [de la Guardia Civil, Pedro Sanz de Sicilia y Morales] manifestó que una vez declarado el estado de guerra y por consiguiente asumidas por él las atribuciones superiores en la población, había aceptado la dimisión que de sus cargos de concejales le habían presentado los presentes juntamente con el alcalde que constituyen el Ayuntamiento, [se sabe que no hubo tal, que fueron destituidos] y en vista de lo cual y habiendo puesto el hecho en conocimiento del Gobierno Militar de la provincia, había obtenido de él las atribuciones y órdenes para nombrar en esta misma noche totalmente nuevo ayuntamiento, compuesto por el mismo número de concejales, los cuales fuesen personas de orden, de prestigio, honorabilidad y alejados de las luchas políticas, para responder de ese modo con su noble actuación a la pacificación del vecindario, al levantamiento de los espíritus, y a la vez cooperen con todo su esfuerzo al engrandecimiento de nuestra Patria en el glorioso Movimiento Nacional que el Ejército principalmente ha emprendido y está próximo a terminar felizmente para reconquistar España.


No contentos con hacerles dejar sus cargos, a muchos de ellos les asesinaron. Cuando se acude al Registro Civil, en las causas de la muerte, casi siempre puede leerse: “a causa de la lucha nacional contra el marxismo”. Estos apuntes oficiales sólo se practicaban a petición de los familiares, a veces meses e incluso años después de haber muerto. Esta lucha nacional contra el marxismo se practicaba en barrancos, cunetas y tapias de cementerios, donde eran trasladados en furgonetas o camiones, después de haberles sacados de sus casas y allí, desarmados, se les fusilaba. Después de 1939 hubo juicios, algunos sumarísimos, y el resultado era el mismo. Acabo de ver por tercera vez “Vientos del pueblo. Miguel Hernández”, donde se refleja muy bien esta situación carcelaria previa a los juicios, convirtiendo la película en un documento.

¿Qué hicieron estos hombres y mujeres asesinados en el monte, en las cunetas, en los barrancos? Unos eran alcaldes y concejales salidos de las urnas que trataban de luchar contra el caciquismo y contra los terratenientes. Otros eran personas ilustradas –médicos, abogados, veterinarios, maestros- que pretendían formar a las personas de forma y manera que no pudieran ser explotadas, o sencillamente, tal y como el Gobierno de la República, también salido de las urnas, indicaba que debía hacerse. Muchos eran, sencillamente, ciudadanos más o menos prósperos, que habían suscitado la envidia de sus convecinos. Otros empleados, trabajadores afiliados a la UGT o a la CNT, ferroviarios, empleados de Correos, guardas de montes. Que se sepa, nadie quemó iglesia alguna, ni violaron monjas, ni pasearon a sacerdotes.

Unos días antes de venir a pasar unos meses a Creixell, estuve hablando con Claudio Moreno, un anciano a quien le tocó enterrar a cuatro asesinados en Adradas. Él tenía entonces doce años y setenta y un años después, recuerda perfectamente en la posición que quedaron los cuatro. Uno de ellos era el alcalde de Iruecha; otro, supuestamente, el médico de Arcos de Jalón; un tercero el maestro de Aguaviva; y el último el hijo de un sillero de Arcos. A pesar de haber leído tanto, de haber visto muchos documentos, el relato de Claudio dejaba una honda impresión. Existen personas que nunca nos acostumbraremos a escuchar lo que sucedió durante aquellos años. Claudio recuerda que los inhumaron en el camino de Alcubilla, en un estrecho del monte. También rememora que el alcalde de Iruecha tenía el pelo rizado y llevaba un traje gris y un reloj. El maestro de Aguaviva era fuerte y llevaba una chaqueta marrón. Otro también llevaba un reloj. Saturio, el caminero, los vio bajar de la furgoneta, corrió a esconderse y escuchó los tiros. Cuando les enterraron, el alcalde de Adradas dijo que los relojes podían subastarlos, pero que la ropa se la dejaran pues era lo único que iban a llevarse al otro mundo. El hombre que le tocó en suerte el reloj del alcalde de Iruecha, lo devolvió a su hijo, muchos años después, a petición de él, explicándole cómo llegó a sus manos. Otros tres asesinatos recuerda Claudio, el de un matrimonio y su hija, una moza de veinte años, que mataron “arriba”.

En el libro de “La represión en Soria durante la Guerra Civil”, Herrero y Hernández relata, de primera mano, hechos terribles. En Arcos de Jalón todavía no ha podido saberse cuántos fueron asesinados. En esa villa vivía un importante grupo de empleados de RENFE que fueron pasados por los fusiles.
Dr. Gaya
En Deza fueron diecisiete los fusilados, entre ellos, agricultores, un sastre, un obrero agrícola, un pastor… En Berlanga asesinaron a veintinueve. Lo sucedido en Almazán fue terrible: 30 asesinados. Entre ellos, tres hermanos, dos gemelos. Un estudiante de 16 años: Bienvenido Sanz Jiménez. Representante de comercio, funcionarios de correos, jefe de estación, guarda de montes, dependiente de comercio… Si sorprende la edad de dieciséis años, Claudio Moreno me dijo que por la comarca de Arcos mataron a un seminarista de catorce. En casi todos los pueblos de la provincia de Soria hubo asesinados: Vinuesa, Covaleda, El Royo, El Burgo de Osma, San Leonardo, Almarza… Y la capital, donde, entre otros destacados personajes, sacaron, arrastraron, encarcelaron y mataron al doctor Gaya Tovar, intachable persona, padre del escritor y crítico de arte Juan Antonio Gaya Nuño.

En general les enterraban, es decir, mandaban enterrarles, pero en Almazán se dio el caso de tres –Teodoro Antón, Eleuterio Ruiz y otro apodado “El Churri”- que permanecieron cinco días sin enterrar y las zorras y otras alimañas los despedazaron. A los que murieron de esta forma habría que añadir los que desaparecían un año o dos después por las palizas que les habían dado. No contentos con matarles, a las familias les insultaban, les humillaban. Herrero/Hernández recogen este conmovedor párrafo: “En Deza, los falangistas vigilaban las casas de los fusilados, para que no se oyera el llanto de los familiares y no fuera nadie a acompañarles en su dolor. Vigilaban con camisa azul y armados con fusiles. Entre los vigilantes se recuerda a Bautista Martínez y José Gómez. El corazón se encoge y la pluma duda, temblorosa, relatando estos verídicos sucesos”. Una frase muy repetida por los asesinos, cuando los que sacaban de las casas se volvían para recoger una chaqueta, era “no le va a hacer falta”.

En cuanto a los que mataban, delataban y tomaban venganza por cuestiones personales, creo que no hace falta decir mucho, se sobreentiende, y como después no dieron la cara, no se pueden aventurar nombres que por otro lado todos conocemos. No obstante sí habrá que apuntar que los falangistas se dividían en dos grupos: los camisas viejas y los camisas nuevas, como muy se ocupó de apuntar Trillo-Figueroa en las respuestas que fue dando al periódico SORIA SEMANAL cuando comenzó a publicar artículos que después se convertirían en el libro de la Represión en Soria. Los verdaderamente peligrosos fueron los que, de la noche a la mañana, aparecieron con las camisas azules.

En cuanto a los sacerdotes hubo de todo, algunos, como el de Tardelcuende, impidió los fusilamientos, otros retiraban lo que ocupaba espacio para que las iglesias sirvieran de cárcel. El de un pueblo de Tierras Altas iba en un caballo blanco dirigiendo la represión, y aún otros se disfrazaban de guardias civiles.
Los hechos de Fuentebella

Lo de Fuentebella podría haber sucedido en cualquier otro pueblo de Soria, de hecho fueron demasiados los asesinados en la provincia los primeros días del golpe de Estado de 1936, pero concretamente los dos asesinatos que vamos a comentar ahora fueron ejecutados en Fuentebella, un lugar ganadero de Tierras Altas sorianas, deshabitado desde los años sesenta.

En el nº 1 de la revista “Sarnago”, firmado por Ander Cabrero y familia, aparecía un artículo sobre los dos muertos en Fuentebella, Valeriano Antonio Cabrero Santamaría, alcalde de Pitillas, y Valentín Llorente Benito, natural de Igea y maestro de Fitero. La familia daba a conocer parte de los datos y solicitaba toda la información que se pudiera obtener para localizar exactamente la fosa donde ambos fueron inhumados.

Hablé por teléfono con Maite, compañera de Ander Cabrero, prometió enviarme todos los datos, y al otro día recibí un documento por Internet de 92 páginas, incluidas fotos. El trabajo de investigación llevado a cabo por la familia, sobre todo por Ander y Maite, es de los que envidiaría cualquier investigador de carné. Los viajes, el dinero, la búsqueda por Tierras Altas, casa a casa, persona a persona, las llamadas telefónica, los mensajes por Internet, todo, ha sido recogido en ese documento.

Impacto y emoción me ha producido el encontrarme con una búsqueda que ha dejado de ser número, uno más de los desaparecidos, para convertirse en persona concreta, con pasado –poco, pues le mataron con 33 años- pero perpetuado en hijos y nietos que nunca le han olvidado y hoy, 71 años después de su asesinato, están muy cerca de exhumar sus restos y llevarlos al panteón familiar.


Familia Cabrero

Se trata de Valeriano Antonio Cabrero Santamaría, nacido en Pontano (Huesca), en 1903. En 1928 casó con Juliana Urzain Esparza, tuvieron cuatro hijos, y vivieron en Pitillas (Navarra), hasta su huida a la provincia de Soria. En 1931 entró como concejal en el Ayuntamiento de Pitillas donde, dos años después, comenzaría una lucha que le llevaría a la muerte. La eterna lucha del mundo desde que lo es: los ideales unidos a los trabajadores, frente al poder del dinero. No hay más por mucho que se quiera adornar. Los contrincantes eran muy fuertes, nada menos que los caciques del pueblo. El objeto de la lucha, los trabajadores, para quienes reclamaba la formación de una bolsa de trabajo y el reparto de tierras –corralizas- que habían ido a parar a manos de particulares. Para conseguirlo –o al menos denunciarlo- acudió a la prensa, luchó como si en ello le fuera la vida, y consiguió, en las elecciones de febrero de 1936, ocupar la Alcaldía.



Cuando, el 18 de julio, falangistas, carlistas, miembros de la Iglesia, y otros elementos de la extrema derecha, se preparaban para tomarse la revancha de los cinco años de gobierno legítimo de la República, a Antonio Cabrero le avisó un amigo de que carlistas y falangistas escondían armas en las iglesias y que debía huir de Pitillas. En principio se resistió, pero finalmente, por sorpresa, se despidió de su familia y tomó el camino de la muerte. En el final de esa ruta, hasta el asesinato, le acompañaría Valentín Llorente Benito, nacido en Igea y maestro en Fitero.

Al finalizar la guerra, su viuda escuchó que tal vez podrían haber muerto por la comarca de San Pedro Manrique –donde también mataron a hombres por la iglesia del despoblado de Rabanera- y escribió al sacerdote pidiendo información. Dijo no saber nada, pero un tiempo después, en esa villa, al hermano de la viuda le devolvieron algunos objetos personales, entre ellos la célula de identificación, aunque entre ellos no estaban unas monedas de plata y un reloj, todo de su propiedad, que se había llevado de Pitillas, tal vez para poder subsistir y cambiarlo por ayuda.
Cuando se enteraron en Pitillas de que, efectivamente, había sido asesinado, algunos vecinos, además de quedarse sus propiedades, iban hasta la casa de la viuda para cantarles coplillas y hacer burlas sobre su muerte.

En 1978, la familia retoma la búsqueda, no encontrando más que comentarios cortos y silencios largos. Sería en el 2003 cuando, con Ander y Maite al frente, nieto de Antonio Cabrero y su compañera, se reinicia la búsqueda de forma sistemática. El estímulo añadido –pues ellos llevaban dentro de toda la vida, transmitido, el de la injusticia- fue la Resolución del Parlamento de Navarra, que avalaba y suscribía la “Declaración a favor del reconocimiento y reparación moral de las ciudadanas y ciudadanos navarros fusilados y desaparecidos de Navarra a raíz del golpe militar del 18 de julio”. Esta resolución fue suscrita por todos los parlamentarios, a excepción de los derechistas UPN, que se abstuvieron.

Fue en el año 2005 cuando supieron que el asesinato había sido en Fuentebella. Poco a poco, a través de muchas entrevistas con personas mayores, con antiguos habitantes de ese lugar serrano o sus descendientes, que desde hace años residen en Navarra, Logroño, Barcelona…, fueron uniendo el puzzle de los sangrientos hechos.

Dos pastores de Acrijos acudían a Pitillas con el ganado en busca de pastos, y Antonio Cabrero les conocía. En busca de ese pueblo, limítrofe con Fuentebella, se fue el hombre, montes a través, suponemos que escondiéndose a dormir por las majadas. Después se le uniría Valentín Llorente. Estuvieron escondidos en una taina del monte de Acrijos, donde algunos les llevaban la comida que podían y las noticias que sabían. Pero es difícil en comunidades pequeñas mantener cosa alguna oculta. Tuvieron que marchar al monte de Fuentebella, les buscaron, obligaron a la gente a que les dijeran el escondite, y el 3 de septiembre de 1936 fueron asesinados e inhumados juntos.

La parte de la investigación donde aparecen nombres de personas más o menos comprometidas con los hechos, la familia prefiere mantenerlos en secreto, de momento, y supongo que para siempre. Algunos han muerto y la familia no quiere revanchas, casi ninguna familia que busca a sus muertos las quieren, sólo desean cerrar página teniendo a los suyos –a lo que queda de los suyos- en algún lugar donde poderles llevar flores o donde rezarles una oración. Nosotros respetamos ese silencio.

Familia Cabrero

1936. Fusilamientos entre Fuentebella y Sarnago


Estimados/as lectores/as, el propósito de estas líneas es dar a conocer la búsqueda que en nuestra familia estamos llevando a cabo en torno a estos sucesos.
Nuestro agradecimiento desde este espacio que nos brindan, a todas aquellas personas de la zona que nos están aportando con su colaboración y sus testimonios el conocimiento de lo que fueron los últimos 40 días del abuelo y su compañero; así como su final, aproximándonos al lugar donde nos comentan están enterrados. Su final fue una muerte silenciada en el tiempo, su esperado encuentro es todavía nuestra esperanza.


Estallado el Alzamiento militar, los días 18 y 19 transcurren en Pitillas con normalidad controlando el Ayuntamiento la situación. El lunes 20 llegan grupos armados de Olite y ocupan el pueblo. Las iras de la derecha se centran en la figura del alcalde. Por medio del cura le dicen que debe entregar la vara a lo que Cabrero responde que, si lo hace, será en el propio Ayuntamiento. Allí se dirige precedido por un grupo de gente que destrozan los cuadros de Alfonso XIII, Azaña y Alcalá Zamora.

A partir de ese momento varias personas y el propio alcalde Antonio Cabrero huyen de la localidad. De Pitillas 21 vecinos fueron fusilados.

Valentín su hijo mayor, tenia entonces 7 años, pero todavía guarda fresco el recuerdo de los hechos. Nos dice que todo fue rápido, tras un fuerte abrazo y hablar unas palabras con Juliana, salió por la puerta del pajar y se alejó de Pitillas campo a través.
Antonio Cabrero salió de Pitillas y poco más sabíamos de él.

A primeros de octubre de 1936, llegó la noticia, desde San Pedro Manrique a Pitillas, de que a Antonio Cabrero le habían asesinado en esa zona. La familia, en esos días de incertidumbre y miedo, se puso en marcha para interesarse por lo sucedido y recuperar su cuerpo. Un hermano de la abuela viajó a San Pedro Manrique donde le confirmaron la noticia. Le entregaron un cinturón y la cédula familiar que Antonio llevaba en la cartera, pero ninguna respuesta o información sobre lo sucedido ni sobre el paradero de su cuerpo.

En 1940 la abuela Juliana escribió al párroco Luciano Morga pidiendo información, a lo que el párroco le respondió confirmando con certeza la muerte pero diciendo no saber dónde se encontraba el cuerpo, ya que “oficialmente no hay nada”.

A partir de 1978, su hijo mayor (mi padre) reinicia la búsqueda. Durante 30 años recoge algunos datos sueltos que apuntan a Fuentebella como lugar de su muerte. Aprovecha todas las ocasiones en las que encuentra personas de la zona para preguntar. Los testimonios no son claros y el silencio sobre lo sucedido es una constante.

Es a partir de 2005 cuando encontramos a personas de la zona que deciden ayudarnos. Hacemos un primer viaje, con un descendiente de Fuentebella, al lugar donde sucedieron los hechos y nos relata lo que tiene oído. Durante 2006 contrastamos datos y conseguimos saber que el maestro que se encontraba con el abuelo era Valentín Llorente, Igeano y maestro en Fitero.

Desde noviembre de 2006 hasta hoy, hemos encontrado testimonios que nos ayudan a reconstruir con muchos datos lo sucedido. Con algunas personas nos entrevistamos, con otras la comunicación ha sido telefónica y finalmente el correo electrónico funcionó fluido. A través de Internet hemos encontrado las páginas y revistas de vuestros pueblos, permitiéndonos contactar con personas de la zona que nos han acompañado en nuestra búsqueda A todas ellas les agradecemos, en nombre del abuelo, el maestro y nuestra familia sus testimonios y su afecto. Gracias a estas personas la familia ha recuperado la esperanza de encontrar al abuelo y recuperar sus restos.

En Julio de 1936 el abuelo se dirige a Acrijos buscando el apoyo de unas amistades. En el trayecto a esta población, coincide con el maestro el cual se encontraba en similar situación. En su estancia en Acrijos son escondidos en un corral cercano al pueblo. Allí permanecen durante más de un mes siendo asistidos por algunos pastores y vecinos; les dan de comer “de lo poco que tenían” y algunas mantas para abrigarse. También les dan noticias de lo que acontece en la guerra y de “como van las cosas”.

Según nos han contado en Acrijos se dan, por lo menos, dos registros en algunas casas que creían podían apoyarles. Los registros son efectuados por diferentes patrullas venidas de Igea y fueron realmente amenazantes. Finalmente, algunas personas del pueblo trasmiten al abuelo y el maestro el riesgo y el temor de lo que pueda suceder, con lo que les dicen que es mejor que abandonen el municipio.

Es entonces cuando se trasladan a Fuentebella. Allí nos cuentan que permanecen pocos días escondidos en el “corral de la Era de Alonso”. La situación se complica, a pesar de ello, un cabrero de Fuentebella les llevaba a diario comida e información. La noticia de que estaban en Fuentebella llegó a las “autoridades” de San Pedro Manrique. De allí comunican al alcalde que tienen que buscar a los “huidos” y matarlos; Nos dicen que el alcalde juntó a algunos cazadores de Fuentebella y fueron a buscar al Cabrero que les ayudaba. Este se hallaba escondido. Tras amenazar a su padre con una escopeta, lograron que éste les condujera al corral donde se encontraban. Los hicieron salir y los condujeron a la zona de Moscares, siendo asesinados y enterrados los dos juntos bajo unas piedras entre la huerta de Sebastián Ortega y el barranco Pertigoso.

Los últimos testimonios nos han indicado, incluso con planos manuales, el lugar de los hechos. Con el plano en la mano, a finales de abril, fuimos al lugar acompañados por personas de varios pueblos de la zona. Contrastamos sobre el terreno el mapa el cual coincide con el mismo lugar que ya nos habían señalado otros testimonios. El crecimiento de matorrales y los diferentes cantarrales no nos permitieron encontrar el lugar exacto de la fosa, pero sí concretar el escenario de los hechos.

En estos momentos estamos gestionando los permisos correspondientes para poder llevar a cabo la búsqueda sobre el terreno y en su caso la exhumación de los restos, por lo cual agradeceríamos cualquier información al respecto.

Sabemos que estos sucesos fueron conocidos en su día por los habitantes de los pueblos y transmitidos a siguientes generaciones. Os agradeceríamos que habléis del tema con vuestros mayores ya que cualquier dato nos puede seguir facilitando encontrar el lugar del enterramiento. De esta manera, esperamos cerrar esta página de la historia, recuperando la verdad de lo ocurrido y con ello la memoria y dignidad de los todavía desaparecidos Antonio Cabrero Santamaría y Valentín Llorente Benito.

Un saludo, Ander Cabrero y familia.

Para cualquier información, podéis poneros en contacto con nosotros: maizal@cop.es

“Antonio Cabrero Santamaría Alcalde de Pitillas (Navarra) y Valentín Llorente Benito, vecino de Igea y maestro en Fitero, fueron asesinados en septiembre de 1936 en el término de Moscares, (Fuentebella)”

Genealogía de los rojos

Genealogía de los rojos
Melchos Fernández Almagro
Publicado en La Vanguardia, el día 6 de mayo de 1939

Extranjera tenía que ser –dado su alejamiento de nuestras realidades- la persona que acaba de preguntarnos:
- Pero, ¿es que, entre los rojos, no había más que criminales…?
Quien así expresaba cierto asombro, no se decidía a creer que en las redadas hechas por la Policía, de traidores a España, no figurasen hombres de pensamiento más o menos peligroso o envenenado, que por alguna circunstancia de su vida o de su carácter, pudiesen merecer, siquiera en grado mínimo, una presunción de buena fe; sino criminales natos y netos, responsables de delitos comunes, con todas sus consecuencias, sin nada que justificase, ni muchísimo menos, ninguna interpretación benigna de ideas y conductas. Criminales todos, en efecto…


Con veracidad irrecusable, afirmó Menéndez y Pelayo que ningún heterodoxo español se levantó jamás tres palmos sobre el suelo. Pero si no contamos, por ejemplo, con un protestante de talla digna de especial consideración, tampoco la ha alcanzado, ya en lo contemporáneo, afiliado alguno al socialismo o al anarquismo, heregías de nuestra edad. Unos y otros se han limitado a seguir, sin matices propios, desprovistos de personalidad intelectualmente estimable, las doctrinas aprendidas en los libros…-si en los libros las aprendieron-, o en las conversaciones de los “clubs”, cafés y tabernas. El marxismo, al cabo, es una teoría, venenosa en grado máximo, pero teoría que requiere estudio. Y es típico de los marxistas españoles, que llegaron a profesarla, sin pretensiones ideológicas de ninguna especie, como las manifestadas por sus correligionarios de los países escandinavos, de Bélgica o de Inglaterra, donde se infiltran por sinuosos caminos de proselitismo intelectual. Por lo que hace a España, las llamadas Casas del Pueblo no tenían otras puertas francas que la del odio a todo lo existente, y la del crimen, encubierto o palmario.


De suerte, que ninguno de los fementidos sujetos que han ganado, por salpicaduras de la sangre vertida, el título de “rojos”, puede contar con antecedente de cierta índole, en la historia del pensamiento español, porque el capítulo que pudiera afectarles está por escribir, y la materia por ser reproducida… El pensamiento español nunca ha sido rojo. Y si, entre otros fenómenos de menor cuantía, se ha dado el krausismo, es evidente que ni éste trascendió a la masa, quedando confinado a unas cuantas tertulias de salas universitarias, ni directamente influyó en la desmoralización de la conciencia popular. Los krausistas cometieron pecados y yerros a los que no es ajeno el muy grave de sembrar las horrendas negaciones que han dado frutos de sangre, harto conocidos. Pero ellos, personalmente, no practicaron el crimen y aún se mostraron opuestos, con remilgos no sabemos hasta qué punto sinceros, a la efusión de sangre.


Más que los hombres del 73, promotores de una República, antes contraria al sentimiento nacional por sus principios que criminal por sus procedimientos, quienes marcan el (…) de los rojos de hoy son las turbas que, en cualquier momento de nuestra azarosa historia contemporánea, se lanzaron al pillaje en toda su escala, al crimen en todas sus formas, al franco asesinato…


Plantado, en una de las encrucijadas que, de vez en cuando, solían presentar la opción alternativa a la ley o a la anarquía, don Francisco Martínez de la Rosa, en 1821, escapó por la fácil línea de la Literatura al uso, diciendo unas palabras que bien pueden definir el equívoco propio del liberalismo democrático de la Monarquía constitucional y de la República burguesa. A saber: “No veo la imagen de la libertad en una furiosa bacante, recorriendo las calles con hachas y alaridos; la veo, la respeto, la adoro, en la figura de una grave matrona que no se humilla ante el poder, que no se mancha con el desorden…”.


La invencible fuerza suasoria de la realidad en torno, hizo saber al buen Martínez de la Rosa que la matrona de su símil no sólo se manchaba con el desorden, sino con las violencias de mayor infamia, y que, pese a todos los distingos, se comportaba exactamentge igual que “la furiosa bacante” por él apostrafada. Con una u otra retórica, han sido muchos los políticos que han creído, por modo análogo, que la libertad, paradógicamente, es una prudente y dócil pupila, capaz de plegarse al gusto de sus tutores. Los republicanos de 1931 no recogieron lección alguna del pasado, y sin prever –porque unos no podían y otros no querían- la degradación del pueblo en plebe, se lanzaron al ensayo de un régimen sin principios, frenos, ni contrapesos. Las premisas de aquellos juristas con gorro frigio prejuzgaron la conclusión que los descamisados de siempre no tardaron en deducir.


En semejante proceso debieron reparar cuantos guardasen memoria de Francisco Ferrer Guardia, verdadero progenitor del republicanimso que puso a España en trance de muerte. Éste sí que quiso todo lo que las turbas ensayaron en 1909 y volvieron a realizar, en mucha mayor escala, con extensión e intesidad insuperables, en toda la España del Frente Popular. Ferrer Guardia empezó por ser un republicano progresista de los que creían en Ruiz Zorrilla, empeñado en sacar de sus chistera la paloma imposible de una “República de orden”. Y acabó siendo anarquista de los auténticos, de los que derivaron resueltamente en delito sin atenuaciones: seductor de mujeres para robarlas, confabulado con las Internacionales para toda empresa de destrucción, aquí o allá; inductor de terribles atentados, cuando no participante directo en su perpetración; flor genuina de las logias más caracterizadas, que hizo de la dinamita, de la tea y del puñal, instrumentos de acción política y de pedagogía societaria.


El tronco de los revolucionarios anarco-marxistas que hubieran dado al traste con nuestra España, de no mediar, providencialmente, la espada de Franco, está en Ferrer, y éste, a su vez, hinca sus raíces en la más infame tradición de los crímenes del siglo XIX. Sus discípulos inmediatos, los “jóvenes bárbaros de 1909”, a través de años y generaciones, se enlazan, hacia atrás, con los que en el trienio liberal asaltaron la Cárcel de la Corona para asesinar al cura Vinuesa; con los que, en 1831, se dieron a feroz matanza de frailes; con la Mano Negra; con el bandolerismo andaluz; con los anarquistas del fin de siglo, que sembraron el terror en Barcelona… Y se enlazan, hacia delante, con los pistoleros del sindicalismo y de otras tenebrosas Organizaciones, dentro y fuera de Cataluña; con los revolucionarios de 1917, que ya volaron trenes e iniciaron el macabro sistema de los “paseos”; con los dinamiteros de Asturias, de 1934; con los que, bajo la capa del Poder público, se especializaron, en estos últimos años, en los distintos ramos del crimen: asalto de fincas, incendio de edificios religiosos y civiles, caza de hombres…


No es otra la genealogía de los rojos, asesinos y desvalijadores de España. La existencia entre aquéllos de algún que otro abogado, de unos cuantos catedráticos y hasta de algunos sedicentes católicos, no quiso decir que en la siniestra familia ácrata-marxista se diesen matices varios de carácter ideológico o de extracción social, sino que todos, solidariamente, se hundían en una común traición a lo más puro y noble del genio hispánico.

Miguel Hernández en el corazón



Hace más de cuarenta años llegaba yo, con doce, a Barcelona, inmigrante en tercera con vagones de madera, las pateras de entonces, no mortales, desde luego. A los pocos meses, alguien, al decirle yo mi procedencia, me llamó “aceitunera altiva”. Extrañada, le respondí que en casa no teníamos más aceitunas que las ya prensadas, o sea, el aceite que comprábamos. Cuando se aclaró la cosa, supe por primera vez de Miguel Hernández. Pero habría de pasar más tiempo –poco- hasta que tuve acceso a su poesía. Un compañero de trabajo me dio unas cuantas copiadas a máquina de escribir. Y en esto llegó Joan Manel Serrat y universalizó al gran poeta.

Muchas veces, a lo largo de mi vida, me he parado a pensar por los derroteros que hubiera caminado mi formación de no haber encontrado los magníficos compañeros –con el jefe a la cabeza- que encontré en Barcelona. Con cualquier motivo me regalaban libros. Todavía conservo obras completas de Lorca, Cervantes, Shakespeare…, de editorial Aguilar, regalos del señor Serra. Josep Baulies (muerto a tan temprana edad, la misma en la que murió Hernández) me compraba cada año, por mi santo, un libro de Unamuno. O los discos de Edith Piaf, de Lolita, la encargada. También me obsequiaban música. El señor Serra, además, era un magnífico rapsoda y, mientras revisábamos las facturas de proveedores, le escuchaba recitar a Calderón, Lorca y Miguel Hernández. ¡Aquél rayo incesante en su voz recia! Nos las sabíamos de memoria. Todo esto para decir que, desde los catorce años, llevo a Hernández en el corazón, y lo he recitado muchas veces, en viejas y añoradas reuniones con amigos. Sobre todo la Elegía a Ramón Sijé, quizá por aquello de que todos tenemos un Sijé en nuestras vidas.

De vez en cuando reverdece mi pasión, tanto por Hernández como por Lorca –a quien guardo una reprimenda por lo mal que le caía Miguel- y sucedió días atrás, después de volver a ver la larga película que sobre él proyectaron en TV2, deseosa como siempre de que no acabara nunca. Vuelta a Internet, donde escuché en un programa de radio de hará unos treinta años, la voz cantarina y todavía joven de una Josefina Manresa contando pequeñas cosas, acompañadas de una risa por fin adquirida, una risa que hubiera hecho muy feliz a su marido, pero hay que reconocer los pocos motivos de la “casta y sencilla” Josefina para reír mientras estuvo casada con Miguel. Dentro de unos días recibiré un disco que he pedido de Manuel Gerena, quien ha incorporado la voz de Miguel Hernández recitando en las trincheras su Canción del esposo soldado.

Esa pasión cíclicamente renovada por el grandísimo poeta, me ha llevado a dar con una biografía de él, publicada en 2002. Su autor es José Luis Ferris. Tal vez a Ferris le gustaría llegar a saber –a mí me ocurriría- que no acertaron los empleados de la empresa de paquetería a dar con mi dirección en Creixell, pasaron unos cuantos días, yo me desesperaba porque quería empezar a leer ya una biografía de más de quinientas páginas y más de cuatrocientas notas, y fui a buscarla yo misma al polígono industrial de Tarragona. Tengo por costumbre no utilizar el coche casi nunca, por lo que fui en transporte público. Entre unos y otros buses, con el añadido de la búsqueda de una nave escondida en el fragor de un polígono industrial, tardé casi cinco horas, desde Creixell, en tener el libro en la mano. Abrí el paquete temblorosa y me dirigí a la parada del bus leyendo, permanecí una hora exactamente esperando el transporte sin dejar de leer, y así hasta Creixell. He tardado dos días con parte de sus noches, sin dejar la lectura, sólo lo indispensable.

No quería que terminara nunca, pero tampoco dejaba de leer. Cuando acabé las últimas letras (una carta de Vicente Aleixandre, de 1946, al poeta Juan Maderos), unas palabras que dicen: “Era un alma libre que miraba con clara mirada a los hombres. Era el poeta del triste destino, que murió malogrando a un gran artista, que hubiera sido, que ya lo es, honor de nuestra lengua”, al finalizar, digo, un vacío muy hondo y muy grande quedó en mi pecho, un hueco que se fue llenando de rabia hacia todos los que le dejaron morir, hacia ese religioso Almarcha sólo preocupado por la salvación de su alma, hacia el padre del poeta, hacia los supuestos amigos. Sólo, en la enfermería de la cárcel, supurando litros de pus por los pulmones enfermos, febril y con una sola frase en la boca: sacadme de aquí.

Y a la vez sentí una admiración más grande todavía por un hombre que a los treinta y dos años no le dio la real gana de vivir si eso suponía adherirse al régimen fascista y nazi de Franco, como pretendía la gentuza que le visitaba periódicamente. Me gustaría, desearía, que la obra del grandísimo Miguel Hernández Gilabert, no fuera jamás ensuciada por los ojos de ningún fascista.

Desde estas líneas quiero felicitar a José Luis Ferris por el gran trabajo realizado. Nada de especulaciones. Testimonios orales y escritos y golpe de documento. Que la gente que lo lea se entere de una vez qué pasó, no ya en las trincheras, eso es fácil imaginarlo, como en todas las guerras, si no en las cárceles franquistas después de acabada la contienda, y no sólo con Miguel Hernández, también con miles y miles de gente anónima. Que sepan que en las sentencias dictadas en consejos de guerra, se decía: FALLAMOS que debemos condenar y condenamos al procesado (el que fuera) como autor de un delito de ADHESIÓN a la rebelión militar a la pena de MUERTE”. ¿Cabe mayor sarcasmo? Los que se rebelaron fueron los fascistas, los que hubieran debido ser juzgados por adhesión eran los nacionales, los azules, los de Falange. En fin, qué tristes los destinos de este país.

Palabras: Miguel Hernández. José Luis Ferris

El asesinato de Lorca y la “Genealogía de los rojos”

Tres meses después de su publicación, me han enviado una fotocopia de la página nº 49 del periódico La Razón, de fecha lunes, 4 de junio de 2007. Se trata de un artículo de Víctor Fernández titulado “La carta que cuenta el asesinato de Lorca”.


En ella aparecen tres personajes, dos de ellos intelectuales durante la era franquista a quienes no les suponía tamaño componente fascista: Gregorio Marañón, médico y escritor y Melchor Fernández Almagro, ensayista y académico. El tercero, Manuel Luna Pérez, perito, tío de Antonio Luna, miembro de la tertulia de García Loca en el Café Alameda, de Granada. Secundarios.


He dudado entre las comillas o la negrita para resaltar los párrafos de la carta que dirige Manuel Luna a Melchor Fernández Almagro, llamándole “Muy señor mío y correligionario”. He optado por lo primero, ya que la negrita convertiría en algo vomitivo unos comentarios tan terribles y asesinos –en toda su literalidad- como los que se usaron en la misiva.
En ella le explica Luna a Fernández Almagro, que al encontrarse con el doctor Marañón, en París, éste sacó del bolsillo un artículo de La Vanguardia donde Fernández Almagro había escrito “Genealogía de los rojos” y a él, a Luna, le había “entusiasmado”, y a Marañón “le había gustado muchísimo y le servirá de base y argumento para un trabajo suyo de los que envía a La Nación de Buenos Aires. Agregó que tiene usted toda la razón, que todos los izquierdistas de España han sido siempre unos criminales sedientos de sangre y no otra cosa, que el liberalismo, el republicanismo, el socialismo y el acratismo en España no han tenido jamás una sola figura y sólo tontos explotables y bandidos explotadores, sin que haya habido entre ellos, desde los Comuneros a Negrín, nadie digno de respeto o siquiera mención. Le repito que estaba entusiasmado con su artículo de V. y creo recordar que me dijo que había hablado de él con Lequerica y que éste fue de opinión de que debía ser reproducido por la prensa madrileña”.


Después de la parrafada se presenta a Fernández Almagro (“V. quizá no se acuerde de mí, soy Manuel Luna…”), y el tal elemento continúa: “En Granada me he distinguido bastante. Fui de los que asistieron, en una madrugada de agosto, al fusilamiento, en el cementerio, ante las fosas abiertas, de setenta rojos, todos ellos bandidos, asesinos, criminales, violadores, incendiarios… Y gozé mucho, muchísimo, porque se lo merecían. Entre ellos estaban el presidente de la Diputación roja Virgilio Castilla, el ex gobernador rojo de Alicante Vicente Almagro, el alcalde rojo de Granada Montesinos, el ingeniero de caminos y exdiputado constituyente Santacruz, el exalcalde de Granada Fajardo, el diputado Corro y otros más, médicos, catedráticos, abogados, ingenieros, procuradores, etc. Hicimos una buena limpia. Algunos días después cogimos al gran canalla de García Lorca –el peor de todos- y lo fusilamos en la Vega, junto a una acequia. ¡Qué cara ponía! Abrazaba los brazos al cielo. Pedía clemencia. ¡Cómo nos reíamos viendo sus gestos y sus muecas! Pertenecía a la ronda depuradora de Ruiz Alonso. Pero como le digo tuve que irme por asuntos particulares a Zaragoza y después a Oviedo. En ambas poblaciones ayudé también a la depuración. En Oviedo pasé también un rato muy agradable viendo fusilar al miserable de Leopoldo Alas Argüelles, el hijo del repugnante Clarín. Ahora estoy en París y me río mucho viendo el miedo que tiene esta canalla francesa a los alemanes e italianos. ¡Qué diferencia entre nuestra gloriosa España nacionalista y esta Francia corrompida, podrida hasta los tuétanos! Por algo dice Marañón que aquí se ahoga y que está deseando verse en Madrid lo más cerca posible del Caudillo…”.


En este artículo de Víctor Fernández hay dos temas que, si bien relacionados, son terribles cada uno en sí mismo. La descripción de los asesinatos de personas de izquierdas por el hecho de serlo, entre ellas García Lorca, y el artículo de Fernández Almagro “Genealogía de los rojos”. Del primero está reproducida, íntegramente, la carta de Luna. El segundo apareció el día 6 de mayo de 1939 en “La Vanguardia”, según Víctor Fernández.


Para algunos, parapetados en los acuerdos tácitos de la Sagrada Transición, deberíamos olvidarnos de estas cosas de una vez, como si hubieran sucedido en tiempos de Pipino el Breve.


Yo, celebro que se publiquen, y celebro todavía más que hay sido un periódico como La Razón el que lo haga. Si ellos lo dicen qué no podrán decir otros. Que lo digan de una vez.

Escribiendo sin complejos: sobre la Memoria Histórica

“Frente a la verdad, elegida como ineludible compromiso,
la ignorancia comporta un rechazo de responsabilidades”
Verdad y Existencia”. Jean-Paul Sartre
¿Por qué la derecha teme tanto que se recuerde lo que sucedió en este país hace setenta años? Eso ya es historia, ciertamente, pero es necesario recordarlo, dicen que si no se hace, si un pueblo no conoce su historia, está condenado a repetirla.
Por eso, la Ley de la Memoria Histórica, con todas sus carencias, es la más justa que se ha hecho, porque de justicia es que aquellos que sufrieron y murieron, no ya durante la guerra por el golpe de Estado, sino después, por fin, aunque sea de manera simbólica, se vean resarcidos en parte del sufrimiento.
Pero la derecha, que siempre ha tenido a sus muertos bien enterrados, con lápidas en las fachadas de las iglesias, que saben donde llevarles las flores y cantarles los himnos, no quiere que los otros puedan disfrutar de lo mismo, porque aquello que sucedió, según ellos, fue una Cruzada, y los héroes son los suyos.
Creo que la derecha de lo que tiene miedo es de la Transición, la maravillosa Transición, que en lugar de cerrar la herida con antibióticos, lo hizo con el remedio de la abuela, colocando encima hojas sanalotodo, lo que ha hecho que se infecte y supure.
Con la Transición perdieron los de siempre, y eso lo sabe bien la derecha, con Mariano Rajoy al frente, seguido de los fundamentalistas Acebes y Zaplana. Quisieron hacernos creer que unos y otros habían sido muy malos durante los tres años que duró la contienda, queriendo que olvidáramos los más de treinta años de dictadura con sus muertes y depuraciones, con el silencio y la humillación.
En 1975 perdieron los de siempre. Los que habían vivido o exiliados o arrodillados, tuvieron que perdonar, y lo que es peor, sin que nadie les pidiera perdón. Y tuvieron que ver cómo al frente de instituciones de primera categoría, colocaban a un tipo que de jovenzuelo señalaba en Granada a quién había que pasear. Tuvieron que tragar que franquistas de siempre, represores, se sacaran un carnet de demócratas y se presentaran a las elecciones.¿Se puede idear humillación más grande? No ya que nadie entrara en la cárcel, es que no se exigió ninguna responsabilidad, ni pidieron perdón.
La burla continúa, y con la ayuda de la Iglesia, no han dejado de canonizar a mártires de la Cruzada. Este mismo otoño van a beatificar a casi quinientos, entre los que no están los sacerdortes vascos que mató Franco. ¿Es este el espíritu de la Transición del que se le llena la boca a los de derechas?
Voy a pensar por un momento que a los cachorros peperos no les interesa, no quieren la herencia política que les han dejado sus padres, y sólo quieren conservar la económica, o la de poder. Deberían, en este caso, rebelarse, decirles a sus mayores que quieren de verdad la reconciliación. Pero cómo creer esto si en las manifestaciones vemos pancartas primorosas como “Zapatero con tu abuelo”, o “Al paredón”, en el caso de la motivada por los Papeles de Salamanca.
El estilo exige perdonar, la ética exige que se busque y se le de el lugar que le corresponde a la memoria histórica, sin esto no puede haber reconciliación nacional. Las viudas, los hijos y los hermanos de los que yacían, y yacen, en fosas comunes, vieron en la Transición un respiro para poder salir adelante y fueron generosos tratando de olvidar. Pero después llegan otras generaciones ¿también ellos están obligados a olvidar? Creo que la Ley de la Memoria Histórica, con todas su carencias, puede llegar a ser un bálsamo más eficaz que el sanalotodo de la abuela.