5 de noviembre de 2007

Genealogía de los rojos

Genealogía de los rojos
Melchos Fernández Almagro
Publicado en La Vanguardia, el día 6 de mayo de 1939

Extranjera tenía que ser –dado su alejamiento de nuestras realidades- la persona que acaba de preguntarnos:
- Pero, ¿es que, entre los rojos, no había más que criminales…?
Quien así expresaba cierto asombro, no se decidía a creer que en las redadas hechas por la Policía, de traidores a España, no figurasen hombres de pensamiento más o menos peligroso o envenenado, que por alguna circunstancia de su vida o de su carácter, pudiesen merecer, siquiera en grado mínimo, una presunción de buena fe; sino criminales natos y netos, responsables de delitos comunes, con todas sus consecuencias, sin nada que justificase, ni muchísimo menos, ninguna interpretación benigna de ideas y conductas. Criminales todos, en efecto…


Con veracidad irrecusable, afirmó Menéndez y Pelayo que ningún heterodoxo español se levantó jamás tres palmos sobre el suelo. Pero si no contamos, por ejemplo, con un protestante de talla digna de especial consideración, tampoco la ha alcanzado, ya en lo contemporáneo, afiliado alguno al socialismo o al anarquismo, heregías de nuestra edad. Unos y otros se han limitado a seguir, sin matices propios, desprovistos de personalidad intelectualmente estimable, las doctrinas aprendidas en los libros…-si en los libros las aprendieron-, o en las conversaciones de los “clubs”, cafés y tabernas. El marxismo, al cabo, es una teoría, venenosa en grado máximo, pero teoría que requiere estudio. Y es típico de los marxistas españoles, que llegaron a profesarla, sin pretensiones ideológicas de ninguna especie, como las manifestadas por sus correligionarios de los países escandinavos, de Bélgica o de Inglaterra, donde se infiltran por sinuosos caminos de proselitismo intelectual. Por lo que hace a España, las llamadas Casas del Pueblo no tenían otras puertas francas que la del odio a todo lo existente, y la del crimen, encubierto o palmario.


De suerte, que ninguno de los fementidos sujetos que han ganado, por salpicaduras de la sangre vertida, el título de “rojos”, puede contar con antecedente de cierta índole, en la historia del pensamiento español, porque el capítulo que pudiera afectarles está por escribir, y la materia por ser reproducida… El pensamiento español nunca ha sido rojo. Y si, entre otros fenómenos de menor cuantía, se ha dado el krausismo, es evidente que ni éste trascendió a la masa, quedando confinado a unas cuantas tertulias de salas universitarias, ni directamente influyó en la desmoralización de la conciencia popular. Los krausistas cometieron pecados y yerros a los que no es ajeno el muy grave de sembrar las horrendas negaciones que han dado frutos de sangre, harto conocidos. Pero ellos, personalmente, no practicaron el crimen y aún se mostraron opuestos, con remilgos no sabemos hasta qué punto sinceros, a la efusión de sangre.


Más que los hombres del 73, promotores de una República, antes contraria al sentimiento nacional por sus principios que criminal por sus procedimientos, quienes marcan el (…) de los rojos de hoy son las turbas que, en cualquier momento de nuestra azarosa historia contemporánea, se lanzaron al pillaje en toda su escala, al crimen en todas sus formas, al franco asesinato…


Plantado, en una de las encrucijadas que, de vez en cuando, solían presentar la opción alternativa a la ley o a la anarquía, don Francisco Martínez de la Rosa, en 1821, escapó por la fácil línea de la Literatura al uso, diciendo unas palabras que bien pueden definir el equívoco propio del liberalismo democrático de la Monarquía constitucional y de la República burguesa. A saber: “No veo la imagen de la libertad en una furiosa bacante, recorriendo las calles con hachas y alaridos; la veo, la respeto, la adoro, en la figura de una grave matrona que no se humilla ante el poder, que no se mancha con el desorden…”.


La invencible fuerza suasoria de la realidad en torno, hizo saber al buen Martínez de la Rosa que la matrona de su símil no sólo se manchaba con el desorden, sino con las violencias de mayor infamia, y que, pese a todos los distingos, se comportaba exactamentge igual que “la furiosa bacante” por él apostrafada. Con una u otra retórica, han sido muchos los políticos que han creído, por modo análogo, que la libertad, paradógicamente, es una prudente y dócil pupila, capaz de plegarse al gusto de sus tutores. Los republicanos de 1931 no recogieron lección alguna del pasado, y sin prever –porque unos no podían y otros no querían- la degradación del pueblo en plebe, se lanzaron al ensayo de un régimen sin principios, frenos, ni contrapesos. Las premisas de aquellos juristas con gorro frigio prejuzgaron la conclusión que los descamisados de siempre no tardaron en deducir.


En semejante proceso debieron reparar cuantos guardasen memoria de Francisco Ferrer Guardia, verdadero progenitor del republicanimso que puso a España en trance de muerte. Éste sí que quiso todo lo que las turbas ensayaron en 1909 y volvieron a realizar, en mucha mayor escala, con extensión e intesidad insuperables, en toda la España del Frente Popular. Ferrer Guardia empezó por ser un republicano progresista de los que creían en Ruiz Zorrilla, empeñado en sacar de sus chistera la paloma imposible de una “República de orden”. Y acabó siendo anarquista de los auténticos, de los que derivaron resueltamente en delito sin atenuaciones: seductor de mujeres para robarlas, confabulado con las Internacionales para toda empresa de destrucción, aquí o allá; inductor de terribles atentados, cuando no participante directo en su perpetración; flor genuina de las logias más caracterizadas, que hizo de la dinamita, de la tea y del puñal, instrumentos de acción política y de pedagogía societaria.


El tronco de los revolucionarios anarco-marxistas que hubieran dado al traste con nuestra España, de no mediar, providencialmente, la espada de Franco, está en Ferrer, y éste, a su vez, hinca sus raíces en la más infame tradición de los crímenes del siglo XIX. Sus discípulos inmediatos, los “jóvenes bárbaros de 1909”, a través de años y generaciones, se enlazan, hacia atrás, con los que en el trienio liberal asaltaron la Cárcel de la Corona para asesinar al cura Vinuesa; con los que, en 1831, se dieron a feroz matanza de frailes; con la Mano Negra; con el bandolerismo andaluz; con los anarquistas del fin de siglo, que sembraron el terror en Barcelona… Y se enlazan, hacia delante, con los pistoleros del sindicalismo y de otras tenebrosas Organizaciones, dentro y fuera de Cataluña; con los revolucionarios de 1917, que ya volaron trenes e iniciaron el macabro sistema de los “paseos”; con los dinamiteros de Asturias, de 1934; con los que, bajo la capa del Poder público, se especializaron, en estos últimos años, en los distintos ramos del crimen: asalto de fincas, incendio de edificios religiosos y civiles, caza de hombres…


No es otra la genealogía de los rojos, asesinos y desvalijadores de España. La existencia entre aquéllos de algún que otro abogado, de unos cuantos catedráticos y hasta de algunos sedicentes católicos, no quiso decir que en la siniestra familia ácrata-marxista se diesen matices varios de carácter ideológico o de extracción social, sino que todos, solidariamente, se hundían en una común traición a lo más puro y noble del genio hispánico.

1 comentario:

Isabel Goig dijo...

Miguel Maderuelo Ortiz dijo...
Mala gente, sí, debían ser esos rojos, descendientes de Caín, sin duda. Gente con cuernos y rabo, con ganas de subvertir el orden de aquella España reserva espiritual de occidente. Resentidos, en suma, que rezumaban odio contra los honrados terratenientes de Andalucía y Extremadura, y excitaban a las turbas, ejem... honrados braceros a pedir no tierra, sino comer caliente todos los días, estando demostrado como está que con el estómago lleno sólo puede venir la molicie y no se rinde en el trabajo. Por no decir lo que hacían con la Iglesia, siempre al lado del pobre y del humilde... Mala gente, sí, sin duda. Menos mal que Franco nos devolvió la paz, como muy bien reconoce Mayor Oreja.

Anónimo dijo...
¿Y todas estas cosas las saben la gente joven, o tal vez, no sé, pregunto, sería mejor que no las supieran?

Silvia dijo...
Cuando leí tu comentario sobre Lorca pensé que sería algo exagerado lo que decían en La Razón, pero ahora veo que ese artículo se publicó en La Vanguardia. Sanguinarios les dicen, y que lo de "rojos" les viene de la sangre que derramaban. Pero cómo se puede ser tan ignorante, dios mío, y pensar que este hombre se ha pasado el franquismo vendiendo libros.

Martín Pedraza (existe) dijo...
Menos mal que la Cruzada Nazional dio ángeles custodios -qué digo ángeles, verdaderos santos- como Queipo de Llano, el cardenal Gomá (el del saludo brazo en alto), su colega Pla y Deniel (presente cuando el unamuniano "venceréis, pero no convenceréis", del 12/10/1936), el mutilado Millán Astray -"viva la muerte"- o el mismísimo Caudillo, bajo palio, el hombre de paz Franco, por parte de padre, y Bahamonde, por parte de madre. Loor para quienes libraron el solar patrio de semejante turba. Canonización para todos ellos, ¡ya!
¡Y muera la inteligencia!

Anónimo dijo...
Alguna vez lo sabremos todo, todo, o nos van a seguir tomando por tontos?