Hace más de cuarenta años llegaba yo, con doce, a Barcelona, inmigrante en tercera con vagones de madera, las pateras de entonces, no mortales, desde luego. A los pocos meses, alguien, al decirle yo mi procedencia, me llamó “aceitunera altiva”. Extrañada, le respondí que en casa no teníamos más aceitunas que las ya prensadas, o sea, el aceite que comprábamos. Cuando se aclaró la cosa, supe por primera vez de Miguel Hernández. Pero habría de pasar más tiempo –poco- hasta que tuve acceso a su poesía. Un compañero de trabajo me dio unas cuantas copiadas a máquina de escribir. Y en esto llegó Joan Manel Serrat y universalizó al gran poeta.
Muchas veces, a lo largo de mi vida, me he parado a pensar por los derroteros que hubiera caminado mi formación de no haber encontrado los magníficos compañeros –con el jefe a la cabeza- que encontré en Barcelona. Con cualquier motivo me regalaban libros. Todavía conservo obras completas de Lorca, Cervantes, Shakespeare…, de editorial Aguilar, regalos del señor Serra. Josep Baulies (muerto a tan temprana edad, la misma en la que murió Hernández) me compraba cada año, por mi santo, un libro de Unamuno. O los discos de Edith Piaf, de Lolita, la encargada. También me obsequiaban música. El señor Serra, además, era un magnífico rapsoda y, mientras revisábamos las facturas de proveedores, le escuchaba recitar a Calderón, Lorca y Miguel Hernández. ¡Aquél rayo incesante en su voz recia! Nos las sabíamos de memoria. Todo esto para decir que, desde los catorce años, llevo a Hernández en el corazón, y lo he recitado muchas veces, en viejas y añoradas reuniones con amigos. Sobre todo la Elegía a Ramón Sijé, quizá por aquello de que todos tenemos un Sijé en nuestras vidas.
De vez en cuando reverdece mi pasión, tanto por Hernández como por Lorca –a quien guardo una reprimenda por lo mal que le caía Miguel- y sucedió días atrás, después de volver a ver la larga película que sobre él proyectaron en TV2, deseosa como siempre de que no acabara nunca. Vuelta a Internet, donde escuché en un programa de radio de hará unos treinta años, la voz cantarina y todavía joven de una Josefina Manresa contando pequeñas cosas, acompañadas de una risa por fin adquirida, una risa que hubiera hecho muy feliz a su marido, pero hay que reconocer los pocos motivos de la “casta y sencilla” Josefina para reír mientras estuvo casada con Miguel. Dentro de unos días recibiré un disco que he pedido de Manuel Gerena, quien ha incorporado la voz de Miguel Hernández recitando en las trincheras su Canción del esposo soldado.
Esa pasión cíclicamente renovada por el grandísimo poeta, me ha llevado a dar con una biografía de él, publicada en 2002. Su autor es José Luis Ferris. Tal vez a Ferris le gustaría llegar a saber –a mí me ocurriría- que no acertaron los empleados de la empresa de paquetería a dar con mi dirección en Creixell, pasaron unos cuantos días, yo me desesperaba porque quería empezar a leer ya una biografía de más de quinientas páginas y más de cuatrocientas notas, y fui a buscarla yo misma al polígono industrial de Tarragona. Tengo por costumbre no utilizar el coche casi nunca, por lo que fui en transporte público. Entre unos y otros buses, con el añadido de la búsqueda de una nave escondida en el fragor de un polígono industrial, tardé casi cinco horas, desde Creixell, en tener el libro en la mano. Abrí el paquete temblorosa y me dirigí a la parada del bus leyendo, permanecí una hora exactamente esperando el transporte sin dejar de leer, y así hasta Creixell. He tardado dos días con parte de sus noches, sin dejar la lectura, sólo lo indispensable.
No quería que terminara nunca, pero tampoco dejaba de leer. Cuando acabé las últimas letras (una carta de Vicente Aleixandre, de 1946, al poeta Juan Maderos), unas palabras que dicen: “Era un alma libre que miraba con clara mirada a los hombres. Era el poeta del triste destino, que murió malogrando a un gran artista, que hubiera sido, que ya lo es, honor de nuestra lengua”, al finalizar, digo, un vacío muy hondo y muy grande quedó en mi pecho, un hueco que se fue llenando de rabia hacia todos los que le dejaron morir, hacia ese religioso Almarcha sólo preocupado por la salvación de su alma, hacia el padre del poeta, hacia los supuestos amigos. Sólo, en la enfermería de la cárcel, supurando litros de pus por los pulmones enfermos, febril y con una sola frase en la boca: sacadme de aquí.
Y a la vez sentí una admiración más grande todavía por un hombre que a los treinta y dos años no le dio la real gana de vivir si eso suponía adherirse al régimen fascista y nazi de Franco, como pretendía la gentuza que le visitaba periódicamente. Me gustaría, desearía, que la obra del grandísimo Miguel Hernández Gilabert, no fuera jamás ensuciada por los ojos de ningún fascista.
Desde estas líneas quiero felicitar a José Luis Ferris por el gran trabajo realizado. Nada de especulaciones. Testimonios orales y escritos y golpe de documento. Que la gente que lo lea se entere de una vez qué pasó, no ya en las trincheras, eso es fácil imaginarlo, como en todas las guerras, si no en las cárceles franquistas después de acabada la contienda, y no sólo con Miguel Hernández, también con miles y miles de gente anónima. Que sepan que en las sentencias dictadas en consejos de guerra, se decía: FALLAMOS que debemos condenar y condenamos al procesado (el que fuera) como autor de un delito de ADHESIÓN a la rebelión militar a la pena de MUERTE”. ¿Cabe mayor sarcasmo? Los que se rebelaron fueron los fascistas, los que hubieran debido ser juzgados por adhesión eran los nacionales, los azules, los de Falange. En fin, qué tristes los destinos de este país.
Palabras: Miguel Hernández. José Luis Ferris
2 comentarios:
Manuel de Soria dijo...
La lectura de estas líneas mueve a varias reflexiones. Una de ellas se refiere a las vivencias que expresa la autora de cómo un buen ambiente cultural como el que le tocó vivir en su trabajo y, por supuesto, su actitud hacia el mismo, enriquecen a una persona. Lo que, de inmediato, nos debería hacer pensar de qué nos sirven tantas "logses", "loces", "loes" y leyes educativas diversas cuando comprobamos el páramo cultural en que vivimos. Hoy, que la enseñanza es obligatoria y gratuita, y todo el mundo ha pasado por colegios e institutos, la inmensa mayoría de este país llamado España (¿o Expaña?) se debate entre el tomate, los líos de cuatro pedorras famosas, los goles de Ronaldinho o el gran hermano. Que se lee poco, es evidente. Y de memoria histórica, menos. No me extraña que surjan manipuladores que distorsionen cualquier hecho histórico y prefieran el alzheimer colectivo. Otra reflexión me lleva a preguntarme por qué el PP, como partido democrático que es, no condena de una vez aquella vergüenza de levantamiento armado contra la voluntad de las urnas y se molesta cuando se quiere devolver la dignidad a unas víctimas que sólo lo fueron por mantenerse fieles a unas ideas. Ya lo dije en estas páginas: nadie tiene la patente de demócrata, ni la derecha ni la izquierda ni monárquicos o republicanos. Me gustaría un gesto generoso del PP que le desmarcase de una vez del franquismo y sus secuelas. De lo contrario, están dando la razón a los que dicen que decide el peso del ala franquista que todavía colea por ahí.
Miguel Maderuelo Ortiz dijo...
Vale que en la transición, con el franquismo patente y latente, con el dictador recién muerto, el silencio y el "no meneallo" fuese prudente, y hasta positivo. Que treinta años más tarde se prefiera el silencio colectivo -alzheimer, dice Manuel de Soria- y el olvido ya no lo es. Los pueblos deben asumir su historia. Y con serenidad, todos los demócratas -a los políticos se les llena la boca, ¿de boquilla? con este vocablo- deberían conjurarse para divulgar unos hechos, reconocer la dignidad de los que nunca la perdieron y condenar sin ambages un levantamiento fascista. Ni el PP, ni el PSOE, ni IU, PNV, etc. pueden sentirse herederos de nadie, ni detentar patente alguna ni mucho menos restregarse nada unos a otros adversarios políticos. Y si alguno se pica... pues eso, que se le verá el plumero. Ah, y ya está bien de "sostenella" y no "enmendalla": ¡fuera de una vez los símbolos fascistas, y las calles dedicadas a sus protagonistas! ¿No somos todos demócratas?
entramorríos dijo...
Yo prefiero que los que estén en contra de todo, lo digan alto y claro para que nos enteremos todos: los que somos un poco duros de oído, los que vamos a misa y no queremos enterarnos, los que no leemos los periódicos porque estamos entretenidos con la tele amarilla, y los que todavía no hemos abierto del todo los ojos. Yo quiero que si alguien está en contra de la memoria histórica, de los matrimonios sin cortapisas, de la igualdad de género..., pues que lo diga alto y claro y no pretenda engañar a nadie con frases ambiguas de apariencia democrática y políticamente correcta.
Silvia dijo...
Hola Isabel. Ahora he visto tu nota hacia mi, si quieres hablar con algún inmigrante sin papeles, ven al Centro del Raval y pregunta por mí, con mucho gusto te presentaré a gente.
Referente a este comentario sobre Hernández, me gustaría que escribieses todos los datos del libro y cómo conseguirlo, estoy interesada en adquirirlo para el centro.
Un abrazo, y gracias por tu trabajo.
Martín Pedraza (existe) dijo...
Me gustaría que en el Congreso de los Diputados alguien hiciese una proposición, aunque no fuese de ley, para votar la condena, sin ambages, del franquismo y la retirada de los símbolos fascistas, que aún quedan y los nombres de las calles dedicadas a sus protagonistas: Franco, Mola, Millán Astray, Sanjurjo... Sería muy esclarecedor ver lo que votaban unos y otros. A más de uno se le vería el plumero, sí. (En Alemania sería impensable que todavía se conservasen dedicatorias a los nazis).
Isabel Goig dijo...
Hola Silvia. El libro está escrito por José Luis Ferris. Se titula "Pasiones, cárcel y muerte de un poeta". Editado por Ediciones Temas de Hoy, 2004. Lo puedes conseguir por Internet.
Un saludo
Isabel Mata dijo...
leyendo CARTAS A DON MANDONIO. A MIGUEL HERNANDEZ EN EL CORAZÓN. Un escalofrío ha recorrido por mi espalda, no se puede hacer mejor homenaje a la amistad, que el que tu le haces a Josep Baulies(tu Ramón Sijé) esa es la grandeza de la amistad que casi cuarenta años después, tu sigas siendo -El hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma tan temprano. Tanto dolor se agrupa en mi costado que por doler me duele hasta el aliento- Miguel Hernandez.
Recuerdo que hace muchos años, en un programa de radio, se llamaba Rincon del Poeta, yo recité a Miguel Hernandez- Elegía- cada vez que leo este poema, me recorre el mismo escalofrío. Y me recorre ese escalofrio porque me recuerda otro Ramón Sijé y otro Hernandez. Era alcalde de La Fuensanta de Martos, al comenzar la guerra civil fué encarcelado por sus ideas socialistas, fué brutalmente apaleado en las cárceles franquistas, hasta reventarle los pulmones. A su mujer y sus siete hijos los desterraron a Vejez de la Frontera (cádiz) Allí la mujer hizo una choza con ramas y se cobijó durante años con sus hijos. De hambre e infecciones murió un hijo de ocho años a los dos años murió otra hija de quince años y a los quince dias de ésta murió otra de diecisiete. Los enterraron en la tierra pusieron una cruz de madera que la mujer con sus cuatro hijos hicieron, cada dia iba la pobre mujer y le ponía flores silvestres y allí daba rienda suelta a su dolor. Esto para unos padres es un hachazo, esta madre y sus hijos comian cardos del campo y hierbas(las llamadas collejas) Como era una madre coraje, se tragó su orgullo y su ideal socialista, y fué a lavar las ropas a los militares que tenían a su marido encerrado- No quiero que se me mueran más- Los militares se reían de ellos, les decian, ¿ya os habeis cansado de comer cardos borriqueros? pués tomad y limpiar estos calzoncillos de piojos ¡que no quede ni uno! esta mujer se mordía los labios para no sacar todo lo que sentía, mientras su marido con los pulmones ensangrentados por las palizas gritaba ¡sacarme de aquí que se me estan muriendo mis hijos! No tuvieron compasión de él, lo sacaron cuando se estaba muriendo, unos meses después murió. Este hombre también fué socialista hasta su muerte.
Yo no le conocí, pero sí a su mujer que fué quién me contó estas atrocidades, sí. Antes de morir esta madre coraje quiso ir a donde había enterrado a sus seres queridos y llevar las mejores flores del mercado junto con sus cuatro hijos, pero solo encontró edificaciones y ni tan solo pudo saber donde los había enterrado por lo que optó por tirar las flores por todas las calles del lugar. Con todo su dolor regresó a Jaén.
Recuerdo que en el primer referendum de la dictadura, donde el miedo hizo que los votos fuesen favorables al dictador, esta mujer se negó a dar su voto, a quién había matado a su marido y a sus tres hijos decía -A mí que me encierren, pero no voto a quién me los mató-.
También recuerdo que comía con una cuchara de alpaca gastada hasta la mitad, yo le pregunté ¿por qué come con una cuchara tan incómoda? me contestó -esta es la cuchara que mi marido usaba en la cárcel, los presos cogían desperdicios y los cocinaban, con esta cuchara daban vueltas al caldero, yo como siempre con ella, pero yo ahora puedo comer lo que me apetece y él solo comía desperdicios-.
Esta es la historia de un hombre, que murió tan sólo por tener ideas socialistas. Como a Miguel Hernandez tambien lo levo en mi corazón.
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